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Los que menos tienen en Oaxaca, los que más entienden el dolor de la Caravana Migrante

  • Atravesaron miles de centroamericanos territorio del norte de Oaxaca, a pesar del miedo a su paso el pueblo de la Cuenca del Papaloapan les dio agua, plátanos, tamales, bolillos. Encontraron los migrantes refugios temporales en zonas con altos índices de desapariciones forzadas.

 

KAREN ROJAS KAUFFMANN

 

Loma Bonita, Oax.- La Caravana de Migrantes Centroamericanos en su tránsito por la Cuenca del Papaloapan es un río de gente atravesando poblados y caminos candentes. Un torrente de adolescentes, mujeres con sus hijos y hombres jóvenes sudando bajo un sol que alcanza los 38 grados. Un raudal imparable de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños curtidos por el sudor y el cansancio, montados en tráileres particulares, colgando de camionetas de redilas y autobuses retacados. Malcomidos. Durmiendo a merced de los perros y la noche.

 

En su recorrido por Chiapas y el sur de Oaxaca, el contingente se había mantenido más o menos compacto, hasta el sábado 3 de noviembre, que llegó a la cuenca en la zona fronteriza de los estados de Veracruz y Oaxaca.

 

Desde las primeras horas, la multitud empezó a dispersarse en dos grandes grupos. El primero, compuesto principalmente por hombres jóvenes, avanzó rápidamente hacia la ciudad de Puebla, mientras que el segundo, formado por familias con niños, mujeres embarazadas, personas enfermas o integrantes de colectivos LGBT, atravesaron lentamente ciudad Isla, Loma Bonita y Tierra Blanca. Todos municipios conocidos -y temidos- por sus desapariciones forzadas, secuestros, ejecuciones, extorsiones, trata de blancas y delincuencia organizada.

 

Salvadoreños, huyen sin despedirse de nadie.

Atraviesan miles de centroamericanos el norte del estado de Oaxaca

 

En este último grupo avanzaron con dificultad Ronald y Jeny. Una pareja de salvadoreños originarios de San Vicente, que se ha quedado rezagados por traer en brazos a su hijo Steven de 2 años.

Mientras Ronald intenta explicarme las razones que lo han llevado a abandonar su país de origen, Jeny mitiga la sed de Steven con gajos de una mandarina que un grupo de mujeres lideradas por el Obispo José Alberto González Juárez, le regalaron a su llegada a Loma Bonita, Oaxaca.

 

Steven come y juega entre los brazos de su madre. No sabe que sus dos hermanos, Michel de 3 y Marcos Antonio de 6 años, están muy lejos con sus abuelos en San Vicente. Tampoco entiende que Ronald y Jeny huyeron de El Salvador hace dos meses, una tarde que salieron de paseo, sin despedirse de nadie.

 

Su padre me cuenta, mientras engaña el hambre comiendo pozole servido en un pequeño vaso de unicel, “que salieron así porque si (los miembros de la Mara Salvatrucha) se enteran, te matan. Las pandillas se han salido del control de las autoridades”, dice. “Quieren que de lo poco que uno gana les des el 50 por ciento. Si no se los das, te matan un hijo, te matan la esposa o te matan”.

 

Hoy domingo por la mañana, Ronald y Jeny rentaron un taxi que ocuparon tres pasajeros más, por 300 pesos, que los llevó de Isla a Loma Bonita. Cuentan que se trasladan lentamente porque “ha sido difícil (viajar) con Steven. Hay grupos que van avanzando muy rápido porque no llevan bebés, pero para nosotros ha sido un poco complicado. Nosotros venimos llegando. El grupo que ya se va, llegó desde ayer”, dice Ronald mientras sorbe un trago tibio de pozole.

La policía federal sigue sobre carretera las actividades de los migrantes centroamericanos

Al rezago de los grupos más vulnerables, se sumó el desconcierto y la frustración que provocó la espera de más de dos horas –desde las cinco de la mañana- de los 150 camiones que el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, prometió que llegarían el viernes a Sayula de Alemán para llevarlos a CDMX y nunca llegaron.

Fue entonces que el grueso de migrantes decidió, incluso, reiniciar la marcha a pie, o a como diera lugar, por la ruta más peligrosa, generando la dispersión de la caravana y aumentando la vulnerabilidad de sus integrantes.

 

Los Centros de Derechos Humanos ‘Bety Cariño’, del Sur de Veracruz, ‘Toaltepeyolo’, de Orizaba, ‘Víctimas de Violencia Minerva Bello’, la ‘Red Unidos por los Derechos Humanos’ (RUDH), la ‘Pastoral Social de Paraje’, de Amatlán de los Reyes, el ‘Colectivo Vive Migrante’ de Amatlán de los Reyes, y las ‘Redes de Resistencia y Rebeldía’ De Xalapa, emitieron un boletín en el que documentaron “el paso diversos tipos de transporte de carga colmados de migrantes, seguidos por patrullas de la policía en la desviación de Isla, en Tierra Blanca, en Fortín y en Córdoba, sin poder tener certeza de su destino”.

Mientras eso ocurría, Ronald y Jeny planeaban avanzar al paso de los observadores de colectivos y comisiones de derechos humanos, por la salud y la seguridad de Steven.

 

 

Los pobres que ayudan a los pobres

Roland y Jeny y su hijo Steven de dos años escaparon de El Salvador sin despedirse

 

Doña Rosa, Don Marco y sus dos hijos trabajan vendiendo platanitos, agua y jugo de piña en la entrada de la comunidad de Pueblo Nuevo Papaloapan, en la carretera federal 145, ubicada entre los límites de los estados de Veracruz y Oaxaca.

 

Desde la siete de la mañana del sábado entregaron agua, plátano y tamalitos a los centroamericanos que, en la búsqueda del sueño americano, atravesaron una de las zonas fronterizas más peligrosas del sureste mexicano.

 

Doña Rosa cuenta que cuando vio pasar al primer grupo de migrantes por su puesto, cortó 15 racimos de plátano macho que empezó a compartir con ellos. “Los vi todos mojados, vi como se abrazaban porque tenían frío y me dio lástima la gente, porque ellos también son personas igual que uno. Me dieron lástima y empecé a darle algo a ellos”, me dice con dificultad en español.

“Yo pienso que si ya pasaron México, eso quiere decir que ellos ya son mexicanos”, me explica en su intento de hacerme ver que las fronteras, en realidad, no existen. Don Marco, mientras tanto, asegura: “no podemos quejarnos de ellos porque cuando se quedan en el pueblo, ellos trabajan bastante”.

Y es cierto. Pueblo Nuevo Papaloapan, es una comunidad pequeñita que por su cercanía a las vías del tren ha cobijado a muchos centroamericanos, que por miedo o fatiga extrema, deciden suspender su viaje.

 

Un kilómetro más adelante me encuentro con Juana Cadena Hernández. La mujer chaparrita y con unos lentes de pasta tan grandes que le cubren la mitad de la cara, llama especialmente la atención porque sostiene un corazón rojo hecho de papel lustre, que puede leerse desde lejos y dice: “Dios los bendiga hermanos. Pueblo Nuevo los ama. Amen”. Juana es parte de una congregación religiosa de apenas 9 integrantes que se organizó para regalarles agua, naranjas y tortas a los migrantes.

 

“Ahorita por ellos, mañana por un hijo, un nieto. No sé. Yo de corazón les deseo que salga bien lo que llevan en mente, no sé qué llevan en mente, pero primeramente Dios, que les vaya bien. Y Pueblo Nuevo está con ustedes manque sea un agüita, arroz, una torta, lo que sea, se les brinda de corazón”, dice con la mirada encendida debajo de sus enormes lentes. Entonces, los pobres entre los pobres, contagiados, aplauden. Sorprende como algunas veces los que menos tienen son los que más entienden el dolor y el cansancio de los que más padecen.

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Karen Rojas Kauffmann

Karen Rojas Kauffmann

Es reportera, fundadora de ElMuro mx, colaboradora de la Red de Periodistas de A Pie y miembro del Colectivo Reporteras en Guardia, que creó el memorial mataranadie.com. Estudió Ciencias de la Comunicación en Universidad de las Américas-Puebla, y la maestría en Filosofía del Arte en la Universidad Autónoma de Puebla. Fue editora en los periódicos impresos La Jornada de Oriente y Síntesis. Se especializa en temas de género y derechos humanos, movimientos sociales y grupos vulnerables

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