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  • ¿Por qué matan a periodistas en México?  Se ha dicho que les atacan narcos y también gobernantes, que así lo permite la impunidad, pero nada termina de explicar más de 20 años de violencia.  Por eso estudiamos el peor tiempo-espacio: Veracruz 2010-2016. Cuando al menos 17 periodistas fueron asesinados y otros 3 desaparecidos en un solo estado.  Encontramos que el miedo persiste, que la información desaparece, que las investigaciones no avanzan, los asesinos están libres y muchos tienen más poder ahora.  Encontramos un tercer actor decisivo, las empresas de medios. El sector privado como nocivo ecosistema de concentración, conflicto de interés, desigualdad.  Aparecen varias pistas nuevas para responder quiénes, cómo y por qué matan a periodistas.

 

Texto: Paula Mónaco Felipe / 

Fotos: Miguel Tovar, Ilse Huesca Vargas y Cuartoscuro /

Corregir la plana

Cardel, Veracruz.- Es la tarde, la hora de la prisa. Correr para que la nota quede bien redactada, checar si están las fotos. Ajusta de aquí, corta de allá. La cabeza, ¿así o se cambia? No hay periódico tranquilo por la tarde, todo va a contrarreloj.

Las ventanas están abiertas en el Diario Cardel porque hace calor, aquí la temperatura llega hasta los 30 grados aún en invierno. Peor todavía si sopla el norte, un viento soporífero que da dolor de cabeza y persigue invadiendo cada rincón.

–¿Qué va a salir mañana?–, pregunta un hombre por la ventana.

Pregunta hoy como preguntó ayer y lo hará mañana. Y no será un sólo hombre sino muchos. A veces con armas visibles, la gente del jefe de plaza. Otras veces sin mostrar fierros porque no hace falta, todos saben quiénes son. Al periódico seguido llega la maña a preguntar qué traerá la edición del día siguiente.

No son los únicos, algunas tardes también golpean la puerta los policías. Llegan de diversas corporaciones para checar qué noticia irá de principal, si trae foto y cómo está encarada. Golpean, piden pasar o esperan afuera a que salgan a informarles con bastante detalle.

En otras ciudades del estado de Veracruz, en muchas ciudades en realidad, por teléfono se controla a la prensa. Llamadas por la noche para decir esto no se publica, mensajes a celulares de reporteros para dictaminar qué sí será nota.

Es sabido que durante muchos años algunos grandes periódicos de Veracruz han enviado sus primeras planas a revisión de los gobernadores de turno pero aquí, en Cardel año 2012, el límite está fuera de todo lo pensable. Narcos y policías llegan a checar -y a veces editar- la portada.

José Cardel es una ciudad de 19 mil habitantes y mucho más importancia de lo que ese número pudiera decir. Aquí confluye la carretera federal 180 que cruza el país con la estatal número 40 que une al puerto con la capital política del estado. Además pasa el tren. Y está a sólo 30 kilómetros de la capital económica, Veracruz-Boca del Río.

José Cardel es un punto valiosísimo para el comercio, sea legal o no.

Por eso tal vez ha sido rehén de las disputas entre cárteles. Uno de los primeros lugares a conquistar cuando los Matazetas llegaron al estado de Veracruz con la intención de arrebatarle el dominio territorial a Los Zetas. Donde antes había un carnaval popular y campos verdes de caña de azúcar, la muerte fue tiñéndolo todo. Asesinatos primero, cuerpos tirados después. Decapitados, restos mutilados en bolsas de basura y desaparecidos: los días se pusieron difíciles y las noches imposibles.

–De 2007 en adelante fue un tiempo muy oscuro aquí. Entró la delincuencia organizada, se apoderó de muchos medios y de muchas personas que trabajaban para medios. No era posible ni platicar porque podían ir a decirles a los delincuentes lo que platicabas aún dentro de la casa–, recuerda alguien que vivió en Cardel entonces y decidió huir para sentirse a salvo.

Foto: Ilse Huesca

 

Nadie quería hablar pero todos querían leer. Explotó el negocio de la nota roja. El Diario Cardel llegó a vender entre tres mil y tres mil 500 ejemplares cada día, es decir uno de cada seis pobladores compraba el periódico.

Cada mañana, en motos con bocinas como en carros de perifoneo se anunciaban por las calles las noticias más importantes. Y la gente corría a comprar. La sangre vendía.

En la foto él sonríe mostrando su registro de candidato a diputado. Viste una playera polo blanca y lleva una mochila colgando del hombro izquierdo.

-Malhablado como toda la flota jarocha. Pero noble, honesto y sin malicia– así describe a Sergio Landa quien fue su compañero de redacción, Jesús Augusto Olivares Utrera.

Dice que siempre fue popular, querido en su comunidad, y por eso Nueva Alianza le ofreció ser candidato a diputado por el distrito 13 de Huatusco. Nunca llegó a ocupar el puesto, se retiró un día antes de las elecciones porque el partido político no había cumplido la promesa de financiar la campaña con un carro y darle un convenio de propaganda al medio donde él reporteaba.

Sergio Landa nació en El Zapotito, un pueblo que hoy tiene 762 habitantes y era más chico durante su infancia. Los padres eran campesinos y los hermanos muchos.

Siempre le gustó dibujar y tuvo el anhelo de estudiar. Empezó la carrera de diseño gráfico pero no pudo terminarla porque no tenía dinero para seguir pagando los gastos que implicaba el estudio. Entonces se hizo rotulista, ese oficio añejo de quien a mano pinta letras, marcas, anuncios en carteles o bardas.

Sergio también tejió cinturones y fue árbitro de fútbol. Sus amigos lo recuerdan fiestero, bailador y fanático de la salsa. Pero también emprendedor, una persona entrona de las que sienten menos miedo que deseo de prosperar. Tal vez por eso se hizo periodista.

Estaba desocupado cuando supo de una vacante para diseñador en el Diario Cardel. Al llegar resultó que más bien necesitaban a un reportero y Sergio dijo sí, aunque nunca había trabajado en medios de comunicación. Empezaron aventuras que los colegas recuerdan por su andar tan entusiasta como atrabancado. Speedy González le decían algunos porque en una motocicleta chiquita iba a toda velocidad para llegar a tiempo a la escena del crimen. El reportero de hule le decían otros porque seguido se caía pero enseguida se levantaba.

Engrosó su agenda con el paso de los meses: contactos en las fuerzas armadas, servicios de emergencia, corporaciones policiales y como casi todos, también en la maña que siempre incluye a gente de uniforme. Hablaba con ellos, intentaba negociar las notas. Delante suyo llamaban a las papas -como decían a los policías- para preguntar cosas, pedir precisiones, girar órdenes.

Sergio se volvió un reportero empírico, como llaman en Veracruz a quienes no estudiaron la carrera sino que se hicieron periodistas de oficio, en la talacha. Ya dentro le gustó la adrenalina pero sobre todo le picó como dicen pica la nota roja: si te gusta cubrir policiales es un trabajo del cual ya no se sale, una suerte de adicción.

En aquellos años, reportear en Veracruz era emocionante pero no tarea sencilla. Porque la violencia arreciaba y era también un gran negocio.

Los empresarios de medios presionaban para tener las fotos más explícitas, los datos más reveladores: eso vendía. En la misma medida, los cárteles empujaban su propia agenda: Los Zetas queriendo que se mostraran sus ejecutados para infundir terror y Los Matazetas (luego Cártel Jalisco Nueva Generación) ordenando que nada de mostrar sangre porque ellos querían tener una imagen distinta. En medio quedaban los periodistas.

Las presiones llegaban de todas partes y muchas veces se contradecían las órdenes, ¿a quién hacer caso? ¿cómo negarse si en esa orden iba implícita la amenaza?

Para peor, reportear en Veracruz en aquellos años fue arriesgar la vida por poco. Sergio Landa empezó ganando 1,500 pesos quincenales, 107 pesos por día. Cuando se acumularon un par de años de experiencia y antigüedad llegó a ganar 2,500 pesos por quincena sin seguro social ni días de descanso. Menos de diez dólares al día.

Lo secuestraron dos veces, en 2012 y 2013. Del segundo secuestro no ha regresado.

 

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Encuentra aquí la publicación:

Reportaje elaborado a partir de la investigación con enfoque macrocriminal “Violencia letal hacia la prensa: Veracruz 2010-2016”, de Artículo 19 Oficina para México y Centroamérica. Realizada en México durante los años 2022 y 2023, y coordinado por María De Vecchi Gerli (Oficial de Verdad y Memoria). Una investigación a cargo de María Eloísa Quintero (enfoque teórico y macrocriminal; investigación y escritura), Paula Mónaco Felipe (coordinación de trabajo en campo, reporteo, investigación, escritura y edición), Miguel Tovar (dirección gráfica, trabajo en campo y video), Aníbal Argüello (análisis criminal)y María Angelino (análisis).

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