Scriptorium
Donaldo Borja
Luis Donaldo Martínez Borja estudió la licenciatura en Filosofía. Ha sido profesor de latín y etimologías grecolatinas, español, Historia, Formación Cívica y Ética. Creador del programa de Radio Tertulias en la azotea dependiente de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y Café Filosófico Oaxaca. Es creador del Club de Lectura Tertulias en la azotea, y promotor de lectura acreditado por el Fondo de Cultura Económica.
Decimos que amamos, porque proferimos palabras que hacen referencia al amor: “te amo”, “te quiero”, “te adoro” … Decimos que amamos, porque vemos en los ojos de la otredad, un poco de nosotros, un autoreconocimiento, que ya Platón había presentado. Decimos que amamos, porque aprendimos en la escuela a conjugar, de manera muy errónea, el verbo amar. Todos aprendimos de memoria, haciendo honor a Simónides de Ceos, padre del método mnemotécnico, el yo amo, tú amas, él ama, nosotros amamos. Pero, casi nadie, aprendió la reflexión verbal del yo me amo, y el nosotros nos amamos.
Y es que hay cosas que la escuela no enseña, y que las Guerras Mundiales convirtieron en valores, casi absolutamente inservibles. A casi nadie se le enseñó amar y las pocas definiciones del amor, se fueron construyendo por grandes eruditos, que el movimiento intelectual de las palabras, como el Circulo de Viena o el Tractatus de Wittgenstein terminó por anular, porque, como dice este último: “de aquello que no se conoce, es mejor no hablar”.
Casi todos, profanamos al amor, prostituimos el término, lo disfrazamos de un elegante epíteto bibliotecario que suena más a un epigrama roto por el tiempo, que hoy, los más jóvenes desconocemos y los más viejos, guardan en su corazón, en ese profundo océano de secretos, como diría Rose en la película Titanic. Del amor, sería mejor no decir nada, porque toda aquella palabra que se dijese, pudiera contaminar aquello tan sagrado que nos hace vibrar, sentirnos vivos. De ahí que el amor es un misterio, que ni la memoria puede aprender, ni el tiempo confeccionar.
¿Qué es amor, entonces? ¿Tan difícil y tan oscuro es el amor que lo que conocemos de él son sombras como lo pinta Platón? O ¿El amor es una cohabitación al estilo de Sabines, donde los amantes no se dicen nada? Amar no es la forma romántico-bohemia que el sistema actual nos ha pintado como El Beso de Gustav Klimt. Amar es un acto de autodestrucción donde sólo el amante pierde y el amado gana. La psicología tan barrunta, tan estéril con nomenclaturas muertas habla de autoestima, de amor propio, sin entender que el acto de amar es la muerte del amante. El amor es la fuerza centrifuga que brota de la más bella ternura que esconde el corazón. Los malos, también, aman. El amor no tiene ética, no tiene moral, sólo tiene presencia, por que hace del amado, una nueva construcción que lo asemeja con el amante.
Los versos de Teresa de Jesús, plasman la fuerza del amor: “Ya toda me entregué y di/ y te tal suerte he trocado/ que mi Amado es para mí/ y yo soy para mi Amado”. El amor no es egoísta, desarticula al Yo, anonada absolutamente a todo, frustra al autoamor, detiene al pensamiento sobre sí. De ahí es, donde con toda certeza puedo mencionar que la autoestima no existe. ¿Cómo se pretende amar en círculo y hacer qué una fuerza centrífuga se convierta en centrípeta? ¿Cómo se le pude hacer para que el amor sea en sí mismo, amor hacía mí? El amor no dice nada del amante, pero se define en el amado.
Ahora, piénsese cómo el amor transforma, une, edifica, construye, a través de la ruptura y del anonadamiento. Cuando uno ama, lo da todo de sí, entrega todo, por ello, la traición duele, la mentira lo corrompe, y entre sentencias y “tragos de amar licor”, eso que llaman “amor” se convierte en una sombra. Yo pienso que somos seres rotos, cojos de una pierna y del alma, que conforme nos van amando, nos rehabilitamos, se entre tejen entre nuestras vertebras una nueva fuerza recibida por el otro. Amar no es construirnos, es rehabilitar. ¿Por qué los padres buscan lo mejor para sus hijos? ¿Por qué los esposos buscan lo mejor para ellos? Porque el amor es una clase de desbordamiento que ni Erich From, ni Octavio Paz pudieron definir.
El amor es un gato y a veces un perro. El amor es fiel como el canino, pero libre como el gato, es fuerte como los perros de la calle, que buscan sobrevivir ante tanta inclemencia. El amor se da a desear como un gato que vigila, se acicala y observa detenidamente. No encuentro definición del amor más perfecta, que aquella que la misma naturaleza nos ha enseñado: amar es morir y renacer en los otros que hemos amado.