Scriptorium
Donaldo Borja
Luis Donaldo Martínez Borja estudió la licenciatura en Filosofía. Ha sido profesor de latín y etimologías grecolatinas, español, Historia, Formación Cívica y Ética. Creador del programa de Radio Tertulias en la azotea dependiente de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y Café Filosófico Oaxaca. Es creador del Club de Lectura Tertulias en la azotea, y promotor de lectura acreditado por el Fondo de Cultura Económica.
En ocasiones, estamos tan inmersos en la máquina del tiempo y del hacer: el homo tempus y el homo facer. Que, detenernos a pensar en el decurso de la vida es un lujo o, quizá, una pérdida de tiempo. En ocasiones, me gusta pensar que somo seres totalmente perdidos, casi sumergidos en la economía que no entendemos, en la política en la que en realidad no participamos, en la vida que sólo la vemos pasar lenta y en ocasiones fugazmente. No me gusta la idea de Camus, que dice que la vida carece de sentido. Yo, pienso, que quizá hemos olvidado aquellas finezas, y nunca mejor dicho, que hacen que los seres humanos vivamos. [1]
Cuando leemos el famoso texto, poco leído, de Sor Juana, la Crisis de un sermón o Carta Atenagórica de 1690, la monja jerónima introduce el concepto de fineza, haciendo entre ver, que, en el ser divino, Jesucristo, existieron una serie de componente que lo hacen ser Dios. Pero, si empleamos esa misma visión, es muy propio encontrar que en los seres humanos existen, por lo menos dos componentes que nos hace ser seres humanos: el amor y el dolor. Estos componentes se amalgaman con la consciencia y desde luego, con la libertad.
Es complejo abordar el tema del amor, más cuando este está ya desgastado por la cultura del mercado y por las toxicidades de adolescentes y adultos cuya mayor comprensión de una entrega sin igual termina con los celos o escenas que, ahora, las redes sociales capturan y se convierte en risas. Hablar del amor es nuestros tiempos es fantasear. Y quizá, hasta nos ponemos en contra pelo a decir que hay temas más importantes que merecen nuestra entera atención, por ejemplo: la política de México, la crisis migratoria, la violación de los derechos humanos, los desaparecidos, y vaya, una letanía dolorosa que solamente presenta la falta y la necesidad de redefinir y reivindicar al amor.
No se diga del dolor, una cosa que podría definir con el concepto Tenebrum, cuya realidad negamos por que sólo basta ver lo que pasa a nuestro alrededor, y ver dolor por aquí y por allá. ¡Vaya cobardía! Negamos el dolor porque su afirmación va en contra de una vida de placer y de disfrute, esa misma que la cultura del mercado nos ofrece al dos por uno en todos los lugares en los que podemos comprar para llenar el enorme vacío existencial que tenemos. No es sólo un vacío, es un socavón que poco a poco nos acerca a un agujero negro donde el no retorno será inminente. Estamos en una crisis antropológica que vivimos sin ser conscientes. Y muy al estilo del Chapulín Colorado: ¿Quién podrá defendernos? [2]
Si nos basamos en el amor como una de las sutilezas del ser humano, es quizá, en el fondo la más dañina y la más noble. Una dialéctica que hace vivir y mata lentamente. Es posible que de ahí su etimología: a morts, hacia la muerte. El amor es la fuerza centrífuga que mueve, crea, hace que los nuevos seres tengan vida, un nombre. Con el amor, el ser humano, conoce la existencia de los otros, porque “el amor propio” es egoísmo. Un amor que se ama así mismo termina en el solipsismo: un sujeto que solo puede verse así mismo, que no reconoce la alteridad. Lo que fastidiosamente la psicología llama autoestima es un amor que se desliza entra el egoísmo y lo razonable. Posiblemente, es lo que la filósofa Ayn Rand denominó como egoísmo racional: un amor que es consciente de sí sin perjudicar a los otros. Pero, muchos nos hemos equivocado ante este misterio. Porque el objeto del amor son los otros, y con justeza la sentencia cristiana tiene razón: amar a Dios y a los otros como sí mismos, y no amarse así mismo para amar a los demás. El amor sólo se descubre cuando amamos lo externo.
Por su parte, el dolor, es una fuerza centrípeta, que hace volver al hombre dentro de sí. Me basta como ejemplo, la imagen de un perro con dolor, este se encoge, se protege, no busca a nadie. El dolor es una fuerza autoconstructiva, y desde luego, autodestructiva, nuevamente la dialéctica de Heráclito: los contrarios conviven. Así, el dolor en el ser humano tiene la fuerza de rehabilitarle, lo coloca en la encrucijada de no ser igual al que lo ha lastimado, y es que en ello radica la acción del dolor, en un acto libérrimo de no hacer más daño. Entre más consciente del dolor más sanidad existe en el alma. Por ello, el dolor como fineza humana encamina hacía una acción de plenitud.
A modo de conclusión, mientras el amor nos saca de nosotros, el dolor nos mete en sí. Por lo tanto, en el instrumento de dolor se encuentra la salvación humana. Hablamos mucho de que el amor nos puede salvar, pero es más bien, aquello que nos hermana a todos los seres vivos. Entre más dolor experimentamos más podemos decidir empatizar, o en el mejor los casos, sentir compasión. A veces nos perdemos en el mundo de las noticias y de las crisis, pero, la solución de todo ello, está centrase en las causas más profundas de las fuerzas humanas: el amor y el dolor.