No pasa una aparición pública en que el presidente tuxtepecano Antonio Sacre Rangel saque lo que vulgarmente se conoce como “el cobre”. Su gobierno municipal pasó de ser un gobierno violento, con caballos en la silla chueca chueca a ser una administración indolente y cínica, hasta el final inspirar un poco de una risa lastimosa para un pueblo que vive la administración municipal más dantesca, y socialmente insensible. “Sacre hizo obras de relumbrón, de mala calidad, se chingó la lana y nos dejó chistes para recordarlo” dijo en algún momento uno de los trabajadores de su hotel que fue contratado para ponerle climas comprados en Sam´s y facturados y pagados con dinero del Ayuntamiento tuxtepecano, las consecuencias de un pueblo chico.
El “último chiste” fue que el brozo tuxtepecano de la política le dijo a unos manifestantes que le reclamaban un apoyo para una escuela y que nunca lo encuentran en las oficinas del palacio municipal donde se supone debe despachar como “empleado del municipio”, “les voy a dar un chip para que me encuentren” dijo con su risa socarrona y el desdén de quien se enriqueció con recursos públicos y se sabe impune. Acto seguido se dedicó a cortar listones y ser aplaudido por regidores que antes de que le llegaran al precio habían denunciado corrupción y ahora son unas dulces focas que aplauden a su payasito marinero favorito.