La desobediencia del edil por regresar a las filas del PRI en noviembre, comenzó a convenir también a los intereses del muratismo, pero algo cambió. Los conflictos internos en Morena por la designación de concejales, la ambición de Karina Barón y Benjamín Robles por apoderarse de los partidos con bandera de izquierda, que representan el precio alto de Salomón Jara por apoderarse de las regidurías como premio de consolacion para su tribu, la obstinación de Fernando Dávila de hacer como sea y donde sea, candidato a la diputación local a Marcos Bravo, la cúspide del poder que a veces deslumbra a los mortales…
ANTONIO MUNDACA
“Oaxaca necesita líderes que tengan una visión clara de lo que necesita Oaxaca (sic). Ese liderazgo lo representa Alejandro Murat” fueron las palabras que el 28 de diciembre de 2015 sellaron el destino político de Fernando Bautista Dávila ligado al neomuratismo. El futuro edil tuxtepecano abandonaría el PRI para convertirse en candidato del Partido del Trabajo (PT). Abandonaría el PRI sin separarse nunca del nuevo jefe máximo del priismo en el estado.
La mano extendida de candidato a gobernador Alejandro Murat operó a través de sus alfiles para descarrillar el candidato evielista de su propio partido, Silvino Reyes. La traición interna al empresario abarrotero del priismo de Murat tenía un costo que Fernando Dávila se negó a pagar. O al menos al principio.
El acuerdo en la cúpula era el regreso de Fernando Bautista Dávila a la cuna tricolor apenas llegara al cargo, y lo hiciera desdeñando a ese partido satélite llamado PT, que desde su creación en 1990, ha sido una cuña del sistema priista, y que al principio solo había sido un instrumento del davilismo para llegar al poder, y una herramienta de Murat para poner a uno de los “suyos” en la silla embrujada del Ayuntamiento de Tuxtepec.
El acuerdo era la exhibición pública del regreso del hijo pródigo al PRI, que significaría para el nuevo gobernador Alejandro Murat, su capacidad de lograr que los descarriados, o los que se resintieron cuando no tenía todavía el poder, podían volver bajo su cobijo. El nuevo PRI oaxaqueño que el gobernador se atribuye representar y en dos años solo ha alcanzado para una junior burbuja de apellidos ilustres.
Pero Fernando Dávila tenía otro proyecto si llegaba al poder: afianzar el control político desde un partido pequeño que pudiera ser suyo y para los suyos “el gobierno del pueblo”. Un proyecto que arrancó con acuerdos en Puebla, liderazgos eclesiásticos, liderazgos con empresarios chocolateros, liderazgos del PT y la entonces diputada federal por el PRD Karina Barón, enlace de Benjamín Robles que como candidato al gobierno de Oaxaca ya había entregado la “revolución de la gente” como moneda de cambio al neomuratismo emergente también con el objetivo de hacer suya la franquicia petista al final de la elección de 2016.
El pacto con Murat se desdibujó con los meses -al menos en apariencia, al menos mientras les convenía-, le insistieron al presidente tuxtepecano regresar al redil o se le cerrarían los recursos estatales, y así fue por un tiempo. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), apareció en escena para revivir a un PT que parecía condenado a la desaparición en Oaxaca. La alianza revivió al davilismo a mediados de año. Entonces, Fernando Dávila y su posible bastión en la Cuenca del Papaloapan como municipio gobernado por el PT, comenzó a ser fuente de negociaciones: Salomón Jara, Karina Barón, Benjamín Robles, como actores visibles vieron en esta posición conveniencias personales para sus futuros políticos.
La desobediencia del edil por regresar a las filas del PRI en noviembre, comenzó a convenir también a los intereses del muratismo, pero algo cambió. Los conflictos internos en Morena por la designación de concejales, la ambición de Karina Barón y Benjamín Robles por apoderarse de los partidos con bandera de izquierda, que representan el precio alto de Salomón Jara por apoderarse de las regidurías como premio de consolacion para su tribu, la obstinación de Fernando Dávila de hacer como sea y donde sea, candidato a la diputación local a Marcos Bravo, la cúspide del poder que a veces deslumbra a los mortales, el deseo de la dinastía Murat de acabar con el evielismo aunque eso pueda significar llevarse al priismo por en medio, pero sobre todo, la revancha contra quienes en su ascenso al poder menospreciaron al davilismo.
Lo único que impide a Fernando Dávila dar un salto al vacío y regresar el PRI es una argucia legal que dice que tiene que ser candidato por el mismo partido que llegó al poder, el fondo de la elección será saber si incluso no siendo candidato del PRI, no existe de nuevo la sensación que siendo abanderado de otro partido, es el candidato de gobierno, el candidato de Murat, el candidato del PRI en las filas de Morena y todo lo que eso significa.