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Scriptorium

Donaldo Borja

Luis Donaldo Martínez Borja estudió la licenciatura en Filosofía. Ha sido profesor de latín y etimologías grecolatinas, español, Historia, Formación Cívica y Ética. Creador del programa de Radio Tertulias en la azotea dependiente de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y Café Filosófico Oaxaca. Es creador del Club de Lectura Tertulias en la azotea, y promotor de lectura acreditado por el Fondo de Cultura Económica.

  • Cuando la verdad se mezcla con el dolor y este se anuncia como información, esta debería ser objetiva, real, sin ningún filtro que oscurezca la imagen del hecho. La verdad no puede suplantarse por el sensacionalismo.

Abres una red social, un periódico o esta nota y te encuentras con una noticia escrita por una persona cuyo estilo es la sobregeneralización y, sobre todo, con una tendencia a catastrofizar cada suceso. Notas de un estilo apocalíptico y plagadas de palabras que convierten el relato en una apoteosis de exageraciones, sí exageraciones, que cobran disgustos entre la sociedad. Y muy al rato, te encuentras la misma noticia contada por un simplón cuya ‘chamba’ fue solo redactar una nota, siendo, quizá él mismo un testigo, pero sobre esbozando rasgos a conveniencia para poder cobrar y seguir con la vida.

Decía Aristóteles que el justo medio es la virtud. Pero, entre la tendencia apocalíptica de la narración informativa y la simplonería sobrevive el espíritu de la verdad. Diría el Génesis bíblico, a propósito del caos, que parece existir antes de la creación: el espíritu de la verdad aleteaba sobre las notas informes y vacías (Cfr. Gn 1, 2). Pareciera que este tiempo, de la era digital y de las comunicaciones, la verdad y la mentira cohabitan, mejor dicho, la información y la desinformación existen bajo una misma sintonía.

Hace tiempo leí un libro de Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, entendía lo inevitable de la búsqueda de las dos caras de la moneda, es decir, la historia y sus dos versiones: la de los vencidos y la de los vencedores. Desde luego la mayoría de estas dos caras tienen, siguiendo los conceptos de San Agustín de Hipona, hinchazón y miserabilidad. Solo para aclarar, hinchazón porque los vencidos suelen agregar hazañas donde no las hay, ocultar derrotas o maquillarlas como simple errorsuelos que pasan, al estilo de Eginardo y la poca información que ofrece de la batalla de Roncesvalles en tiempos de Carlomagno. Ahora, dígase miserabilidad, por el complejo de inferioridad que, muchos de los vencidos tienen para generar una lástima colectiva y hacer, verdaderamente, un espectáculo de la historia ya que, en muchos casos, no se tiene el mínimo registro histórico por parte de estos.

Ante todo esto, se cierne el espíritu de la verdad que, no depende de convenciones, ni significados, sino de la objetividad de los hechos. Decía Tomás de Aquino que la verdad es la debida adecuación entre el intelecto y la cosa. No es que el “yo” determine qué es la verdad, sino que esta se da en un acto de encuentro entre lo que está fuera de mí y mi “yo”. Incluso, en honor de la verdad, la interpretación de los hechos debe darse en el sentido más pleno y absoluto de lo objetivo, cuidando sus respectivos acercamientos.

En muchas ocasiones, la verdad se romantiza, se colorea del resentimiento, se descontextualiza generando una serie de descontentos que llevan de fondo la mentira sobre la verdad. Y es que no se niega los hechos, sólo se magnifican, en algunos casos, para ganar un favoritismo político o simplemente, tener mayor número de audiencia. Cuando la verdad se mezcla con el dolor y este se anuncia como información, esta debería ser objetiva, real, sin ningún filtro que oscurezca la imagen del hecho. La verdad no puede suplantarse por el sensacionalismo.

El mismo Marc Bloch en la obra antes mencionada, tiene una frase que los comunicadores deberían o deberíamos tener presente: “La crítica es esa ‘suerte de antorcha que nos ilumina y nos conduce por los caminos oscuros de la Antigüedad, haciéndonos distinguir lo verdadero de lo falso”. Si fuéramos pregoneros de verdades, fuéramos críticos en la selección de los elementos que componen la noticia. Esto me recuerda mucho a Michael Foucault y la dominación a partir del discurso: quien controla el discurso contra a la masa.

México está pasando por terribles momentos de delincuencia, hallazgos que parecen campos de exterminio. La delincuencia organizada no está muy lejos de ser, casi, al estilo alemán de mediados del siglo XX: nacistas. Muertos, atentados, nepotismo, y un etcétera de eventos que pintan un infierno al estilo de Dante. Los hechos no se pueden negar, pero sí deben de contextualizarse. Es decir, hacer una buena crítica tanto de lectores como de difusores distinguiendo la verdad sobre lo mentira, lo real respecto a lo fantaseos, lo cierto de lo incierto. Por que si bien, el dolor es innegable, las posturas que estos hechos generan pueden tener una carga tremenda de intencionalidades que dividen, convirtiendo en diabólica la difusión de la información.

Es cierto, México sufre, pero no se debe hacer negocio del dolor. Se debe decir la verdad, pero en su respectivo contexto, ya que el dolor ciega a la verdad y este sólo busca culpables en gente que ni tan siquiera la debe. Ya para cerrar, esto que vivimos me recuerda al cierre de la maravillosa novela de Umberto Eco, Baudolino, que al final dice: “No te creas el único autor de historias de este mundo. Antes o después alguien, más mentiroso que Baudolino, la contará.”

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