Scriptorium
Donaldo Borja
Luis Donaldo Martínez Borja estudió la licenciatura en Filosofía. Ha sido profesor de latín y etimologías grecolatinas, español, Historia, Formación Cívica y Ética. Creador del programa de Radio Tertulias en la azotea dependiente de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y Café Filosófico Oaxaca. Es creador del Club de Lectura Tertulias en la azotea, y promotor de lectura acreditado por el Fondo de Cultura Económica.
Sin más que palabras y con el silencio que recubre a la muerte, los antiguos cristianos de las persecuciones nerodianas del año 64 d. C., despedían a los mártires con grandes textos casi epopéyicos exaltando sus grandes virtudes y, sobre todo, la fidelidad a Jesucristo Dios-Hombre. Los mártires morían bajo una coherencia irreprochable, tanto que el mismo Tertuliano en el 197 d. C., exclamará: Sanguinis martyrium est semen Christianorum (La sangre de los mártires es la semilla de los Cristianos).
Esa dura fidelidad y esa cruenta coherencia ha persistido de manera estoica en los anales de la historia, se reproduce y se sigue reproduciendo en muy pocos hombres que ahora son memorias para la humanidad. A poco menos de un mes de la muerte del Papa Francisco y pocos días de la partida de José Mujica, nos queda de ellos una dulce memoria de la que ya muchos medios han hablado, pero, quizá muy pocos han exaltado. Hombres de gran sabiduría que testimoniaron en medio de la gran incoherencia del mundo.
Por un lado, Francisco, un hombre convencido de sus creencias, con frases lapidarias en defensa de los más vulnerables: hombre de Dios. Mujica, hombre de férreas razones y discurso desarticulador que elogiaba la belleza de la vida. ¿Qué podemos decir? Lo mismo que Tertuliano, la sangre de estos mártires es la semilla de la bondad. Sus creencias tan reales los convirtieron en una especie de maestros y lideres que reposan en los brazos de la verdad. No existen palabras para definir a los santos que no son santos, y a los piadosos que no fueron piadosos. Sólo su ejemplo, las cosas buenas, son el testamento más fiel.
¿Qué hacia que Francisco y Mujica persistieran? Sus creencias. Creer es propio de aquellos seres cuya inteligencia busca una cosa que se encuentra más allá de toda la facticidad. Las buenas creencias edifican, construyen, mueven, son casi utopías que ponen en movimiento. Las malas creencias mutilan, matan y destruyen, mueven, pero en tremendos círculos absurdos que sólo marchitan a sus fieles y los conducen al sinsentido de la vida. Las creencias estacionadas en el bien acompañan y hacen que todos seamos hermanos. Todos tenemos algo de utopistas, soñamos en cambiar, pero, pocos, muy pocos, quizá es fatalismo, lo logran.

Las creencias de Francisco y Mujica estaban enraizadas en el amor, en la distención del Yo hacía a los otros: amor al prójimo, le llamó Cristo. Pero, la poquedad de sus discípulos no lo han vivido. Los desterrados que seguimos caminando en este valle, luchamos por hacer de esta utopía de fraternidad, un estandarte vivo de testimonio humanitario. Hemos sido testigos de estos hombres de pobreza y sencillez, cuya arma es la palabra, aquella que Timothy Radcliffe definió como la constructora o la destructora.
Las creencias y las palabras mueven al mundo, lo encaminan hacía la victoria de la realización del bien. Sin embargo, estas mismas palabras pueden llevar a la destrucción y la diferencia como la doctrina de Trump. Francisco y Mujica enseñaron que la política se hace con los pies llenos de polvo, al estilo de Daniel Comboni, que señaló que a Dios no llega con los zapatos limpios. Así, creencias, palabras y política son la herencia de estos hombres de la América del sur, herencia que lucha contra el imperialismo aporofóbico y racista.
Hoy, ambos duermen el sueño eterno, descansan en los laureles nunca deseados, pero, su legado pervive en aquellos que de alguna manera imprimimos en nuestros corazones sentencias como: “Pobres son los que quieren más, los que no les alcanza nada. Esos son pobres, porque se meten en una carrera infinita. Entonces no les va a dar el tiempo de la vida” (Pepe Mujica), o “No balconeen la vida” (Francisco). Sus sentencias se vuelven un decálogo de estos políticos que hicieron de la palabra su mayor creencia.
In memoriam


