Skip to main content

Scriptorium

Donaldo Borja

Luis Donaldo Martínez Borja estudió la licenciatura en Filosofía. Ha sido profesor de latín y etimologías grecolatinas, español, Historia, Formación Cívica y Ética. Creador del programa de Radio Tertulias en la azotea dependiente de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y Café Filosófico Oaxaca. Es creador del Club de Lectura Tertulias en la azotea, y promotor de lectura acreditado por el Fondo de Cultura Económica.

La historia de México, desde su nacimiento como nación independiente, en 1821, siempre ha tenido fracturas, quizá, fuimos una nación cuya planeación de su independencia responde al prototípico “al ay se va”, Hidalgo no había pensado en una independencia de la corona española, dicen los historiadores que su grito en sí fue: ¡Viva Fernando VII! El inventivo mexicano, porque para esos sí somos bien buenos, pusimos palabras de orgullo nacional a un cura criollo cuyo interés eran los propios.

Vino Morelos y, expresó si su sentir en Sentimientos de la nación, dando nuevamente toda autoridad a la Iglesia Católica. Con razón Ignacio Allende, sumamente indignado, veía en Morelos una persona, cuya herencia de Hidalgo, no iba en la línea de “los padres de la Independencia”. Esas divisiones en el movimiento, las vamos encontrar en los movimientos de Iturbide, Santa Anna, Juárez, Díaz, y claro, la Revolución Mexicana ¿Acaso Madero y Huerta no se presentaban como muy amigos? ¿No fue Huerta que aprovechando la debilidad del espirita, le dio un tiro de gracia y hasta en nuestras memorias ha quedado aquella Decena Trágica? Y si avanzamos más en el tiempo, encontraremos las disputas y traiciones de Calles y Obregón, y después de ellos, toda la pompa de presidentes, y ahora, presidenta, cuyas disputas por el poder, son evidentes.

Señoras y señores, la historia de México nació fracturada. Pero sus fracturas no son por malos gobernantes, solamente. Tienen que ver el esquema arquitectónico de las ideas imperantes que cada uno de los gobiernos ha impuesto. Nosotros, la gente de suelo, solo soportamos el peso de una fractura inmensa de acéfalos cuyo único valor son los cuadros en el Pasillo del Palacio de gobierno en la Ciudad de México. ¿Porqué la culpa la tienen las ideas? Porque sin ellas el mundo no se movería.

En la historia y en la historia de las ideas, podemos identificar dos esquemas políticos: el aristotélico y el maquiavélico. Aristóteles, canonizado por Santo Tomás en Del Gobierno de los Príncipes, dejó un esquema de gobierno virtuoso. Para Aristóteles, el gobernante, la política está al servicio del bien, responde a un esquema moral que mueve a que todos los ciudadanos estén bien ¿El Estado del Bienestar? Para Aristóteles, esto va más allá, no es una democracia —incluso, algunos intelectuales griegos no la querían—, es más bien una timocracia: donde el poder se basaba en la capacidad de la moralidad que cada ciudadano tuviera, así, el buen gobernante era el más bueno moral y cognitivamente.

En contra partida, Maquiavelo, que lo hacen parecer como el malo de la historia política, no es más que un idealista —en el sentido de soñador—, que había buscado la manera de cómo mantener la unidad política. Curiosamente El Príncipe, su obra con la que más se le conoce, no es más que una apología a la forma de obtener y mantener el poder. Sus ideas no son descabelladas, pero sí son lo bastante cuestionables si se compara con Aristóteles. El pecado que Maquiavelo paga es la frase “el fin justifica los medios”, esa propaganda al estilo de Joshep Goebbels, le ha costado su reivindicación. Y no, no defiendo a Maquiavelo.

Así, la política moderna, inspirada en Maquiavelo, ha seguido fracturando las pequeñas y las grandes estructuras de nuestros gobiernos. Pensemos en Díaz Ordaz y Luis Echeverría y las protestas de 1968, todo el peso de la Ley —interpretada a su conveniencia—, porque es mejor ser temido que amado, es mejor demostrar fortaleza en las armas que debilidad, como Maquiavelo lo traza, y si de ejemplos se trata: La matanza de Acteal en 1997, Oaxaca en el 2006, Ayotzinapa 2014, Nochixtlán 2016, por mencionar los más canónicos. Porque, ahora, la forma de reprimenda aparece con cara de inspectores.

El nuevo gobierno autodenominado humanista, el Humanismo Mexicano, muy al estilo de Lupita D’Alessio: con dudas y soluciones, con defectos y virtudes, con amor y desamor, pretende ser una alternativa que poco a poco, lentamente se va alejando del ideal de Andrés Manuel López Obrador. La idea de la moralización de la política mexicana, vaya pedazo de tierra a conquistar, es solamente una utopía que cada vez se aleja más, mientras el esquema arquitectónico se parece al obsoleto empleado en años anteriores que reivindican el poder por poder y la fuerza.

Como que esto de ser político a ingenieros, abogados, científicos, y etc., no es lo suyo. La política es un ejercicio noble en manos de padrotes cuyos intereses son la prostitución para la obtener ganancias. México y su historia fracturada no tendrán cura hasta que una nueva fuerza moral, verdaderamente moral, haga del gobierno un sistema de resolución de conflictos y no un mecenas, esperando que no pase mala suerte de Colosio. Por lo mientras, la política mexicana, en su gobernabilidad estatal, aunque se pinte de humanismo, seguirá siendo el mismo excremento limpiado con papel higiénico oloroso.

Leave a Reply