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Scriptorium

Donaldo Borja

Luis Donaldo Martínez Borja estudió la licenciatura en Filosofía. Ha sido profesor de latín y etimologías grecolatinas, español, Historia, Formación Cívica y Ética. Creador del programa de Radio Tertulias en la azotea dependiente de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y Café Filosófico Oaxaca. Es creador del Club de Lectura Tertulias en la azotea, y promotor de lectura acreditado por el Fondo de Cultura Económica.

Hay días en que la brumosa existencia se plantea y se replantea para gritarnos que estamos vivos. Vivir como acción biológica presupone la muerte. Y la muerte como acción visagral —entre el aquí y el allá— se presenta como una acción metafísica, casi inconfundible, que pone a pensar al más escéptico qué hay después de la vida. La religión, fuera del sistema humano institucional que le preside, responde con los cielos nuevos y con la tierra nueva, es casi una utopía al estilo de Tomás Moro, donde los habitantes de estos nuevos lares, son realmente lo que debimos ser.

La muerte como fenómeno natural dicta cabalmente las lecciones más cruentas, se convierte en un “tú te quedas y yo me voy”. Esa línea delgadísima entre las despedidas, marcan un fin visible. Cuando alguien muere sólo la memoria le recuerda, pero esta en ocasiones, se toma licencias literarias para recrear imágenes que no son ciertas, pues, memoria e imaginación conviven entre sí, creando y recreando una esperanza utópica para soportar lo dolorosa que se puede tornar la existencia.

Vivir es un camino a la muerte. No se vive para vivir más, sino para morir, que es lo mismo a vivir menos. Hay quienes aman la vida negando el trágico final de esta. Hay otros más que esperan ansiosos la llegada del final porque es la liberación de la tragedia. Entre unos y otros, el odio por la vida les hace amarla, y el odio por la muerte les invita a vivir. Y es que la vida, en su elegante pasarela de rostros, nos conduce movidos por las cosas efímeras que tiene. Tal como menciona la Canción de las simples cosas: “la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas”.

Lo efímero de la vida nos conduce a una tristeza que raya entre lo absurdo y lo ilógico. Camus planteaba en su novela El extranjero, ese ligero sin sentido que, para él, la vida no tiene: “hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”, rompe el silencio del texto. Esa indiferencia surge de lo ya sabido, por ello, quien es consciente de su final, la vida le parece un pequeño postre que se acaba pronto, porque vendrán otros comensales a servirse un nuevo platillo. También, resulta ilógico, por qué los buenos siempre se mueren pronto y los malos parecen que duran una eternidad. Decía mi abuela que, “de lo bueno poco”, y aún así, de la buena vida poco, porque pretender vivir mucho es tender o vaciar nuestro ser hacía lo demás, es decir, es objetivizar la vida, y los objetos se pierden y pierden sentido.

Si Viktor Frankl fuera un santo, tuviera a tantos a sus pies implorando el retorno del sentido de vivir. Pero, la historia es otra. El magnífico libro El hombre en busca de sentido, no es un manual para desmenuzar y entender cuál es el sentido de vivir. Es más bien, una historia de dolor, de un humano ordinario que supo hacer algo extraordinario en medio del dolor y del sufrimiento. Ese “No lo sé”, frío y absurdo de Camus, queda casi anulado por la pregunta de Frankl: “¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero, también, es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración”.

Esa es la sentencia no escrita de la vida y de la muerte: la tragedia. Dicen que los griegos la inventaron para saber sobrevivir y reírse de ella. Pero, es la tragedia humana la que hace que el mismo drama existencial haga que vivir sea morir y hace de la muerte una especie de vida. Así, la muerte y la vida se miden en lágrimas, porque llegamos al mundo llorando y nos despedimos de la vida de los otros, tal como llegamos a ella. El famoso “Vivo sin vivir en mí”, de Santa Teresa de Jesús, es la síntesis de la fuga ante el dolor cuando la muerte parece que anda suelta.

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