Antonio Mundaca @amundaca
Tuxtepec, Oaxaca.- La entrada del panteón está repleta de gente: campesinos, amas de casa, hombres sudados y un nítido olor a flores muertas y a humedad. El llanto de los niños se confunde con los pasos de cientos de militantes del Comité de Defensa Ciudadana (Codeci) que llegaron de siete estados donde tiene presencia la organización social.
A lo lejos un féretro cargado por cuatro hombres avanza sobre la avenida Libertad, cargan el cuerpo de su héroe personal, cargan sobre sus hombros posiblemente el fin de la lucha social como la conocemos hasta ahora en la Cuenca del Papaloapan.
Para ellos es un mártir de muchas luchas que seguirán después de los dos tiros que le quitaran la vida días atrás. Para la sociedad uno más de los ejecutados por las revueltas de un país que se ha caracterizado en los últimos años en dirimir las diferencias de forma violenta.
Para los medios la nota del día, sin embargo la entrada del panteón está repleta de gente, que baja de camionetas, que hablan el idioma de la venganza, del desamparo, mientras el mariachi se acerca hasta el panteón “Jardín de los Sueños” ubicado en el centro de la ciudad y no dejan de cantar los caminos de Michoacán.
“Lo Sembramos”
“No enterramos a Catarino lo sembramos” dice una pancarta de sus seguidores que se pierde entre la muchedumbre y las coronas que avanzan delante de los dolidos y los curiosos.
Antes de la procesión que llevará a la tumba final al líder nacional de Codeci, la marcha sigilosa por momentos, sin los machetes de aquellas tomas violentas de terrenos que encumbraron a Torres Pereda como el representante último de una lucha social que tuvo su cúspide en el año 2006 cuando todos fueron Oaxaca y Oaxaca necesitaba de machetes.
Catarino Torres Pereda, a la entrada del panteón con su féretro abierto. Los cientos de seguidores arremolinados y la esposa le murmura delante de los flashes: Te vamos a hacer justicia Catarino y suenan los nombres de Zapata y Villa y la lucha social, pero queda la sensación de que han perdido el sentido.
En la misa y el entierro afloraron los símbolos, los relicarios, las gardenias, las coronas delante frente al Cristo católico y cuerpo atrás reposando en un féretro de madera. Los “hermanos” de organización con moños negros en la ropa, y frente a la tumba: el hijo alzado en brazos, la abuela destruida, la mujer desconsolada, y los vivas y el minuto de silencio y el reclamo de venganza contra un enemigo de mil caras que puede ser la pobreza o la mentira o simplemente la consecuencia de morir como vivió.
Los codecistas se persignan mientras lo entierran, están frente a su nuevo santo, los mariachis ahora le tienen un corrido que le hicieron cuando aún vivía que parece premonitorio “Catarino está consciente que un día lo van a matar, mientras eso pase las batallas les va a dar”.
Al filo de las tres de la tarde desciende el cuerpo de Catarino Torres a la tierra