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Juchitán, Oaxaca. México. Texto: Carolina Mejía/ Fotografía: Karen Rojas Kauffmann

Alma Rosa es una juchiteca morena y vivaz como tantas, como todas. Pasado el mediodía, reparte sopa de pasta con pollo y zanahorias a los colonos de la séptima sección que lo perdieron todo.  A cinco días del terremoto, sobre la calle Francisco I Madero, recién llegó el primer camión con despensas y agua proveniente de la Cuenca del Papaloapan del norte de Oaxaca.

Los estragos que el sismo de 8.2 grados en la escala de ritcher se cuentan por miles. Tan sólo en la séptima, alrededor de sesenta colonos duermen en la calle principal a la intemperie y sobre el piso. Solo piden colchonetas para saldar las noches. Ellos mismos se organizan para preparar desayunos y cenas colectivas con donaciones de alimentos que les han llevado organizaciones civiles.

“Casi todos en esta colonia perdieron su casa o están en malas condiciones, es peligroso y por eso dormimos aquí en la calle cerca de lo que era nuestro hogar”, comenta Alma Rosa, mientras vierte con un cucharon enorme la sopa caliente sobre el plato que sostiene un señor agobiado por el dolor de haber perdido su casa y el cansancio.

“La comida se prepara para los colonos de esta cuadra, aquí nos organizamos, pero cuando ya les ha tocado a todos repartimos entre los vecinos de otras colonias o secciones. Las familias duermen sobre la banqueta con lonas improvisadas, junto a los objetos que lograron recuperar. Televisor, refrigerador, mesa, y sus mascotas. Algunos otros continúan levantando escombros y limpian lo quedó de su vivienda; por dentro están vacías”.

 

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