- Es mundial la crisis que atraviesan los medios impresos, ya hasta The New York Times ha valorado dejar de imprimir y otros grandes como El País cancelaron en algunas regiones. Pero en Veracruz a finales del sexenio 2010-2016 ocurrió otra cosa. El mal que se extendió contagiándose de redacción en redacción fue el final de la poción mágica que todo lo sostenía: convenios
Texto: Paula Mónaco Felipe /
Fotos: Miguel Tovar, Ilse Huesca Vargas y Cuartoscuro /
SEGUNDA PARTE
Convenios
Un misterio: al menos 27 medios, casi todos periódicos, cerraron en Veracruz alrededor del año 2016.
Algunos de ellos: El Diario del Sur, AZ Veracruz, Milenio El Portal, Marcha, Oye Veracruz y Capital Veracruz. También El Diario de Minatitlán, Matutino Expréss, El Mundo de Poza Rica, El Despertar de Veracruz, Veracruz News, La Voz del Sureste y Mundo de Xalapa, entre otros. Son medios de diversas regiones, historia y dueños pero todos dejaron de publicar casi al mismo tiempo, se extinguieron de un día para el otro como si les hubiera caído el mal.Se ahonda el misterio: casi en las mismas fechas, al menos otros 5 periódicos cancelaron sus ediciones impresas y migraron a puramente digitales. Cerraron redacciones o las redujeron al mínimo, se achicaron.
Es mundial la crisis que atraviesan los medios impresos, ya hasta The New York Times ha valorado dejar de imprimir y otros grandes como El País cancelaron en algunas regiones. Pero en Veracruz a finales del sexenio 2010-2016 ocurrió otra cosa. El mal que se extendió contagiándose de redacción en redacción fue el final de la poción mágica que todo lo sostenía: convenios.
Por convenio se entiende a contratos de adjudicación directa que el gobierno encabezado por Javier Duarte daba a empresas de comunicación para difundir contenidos diversos. Lo que comúnmente se llama publicidad oficial. Fondos a veces sin etiquetar, sin objetivos claros, cheques en blanco.
Anuncios del Estado que son necesarios porque los medios de comunicación son empresas que requieren financiarse pero que en Veracruz -y en muchos otros estados- han sido utilizados como premios a la docilidad, estímulos para coberturas a modo.
No es nuevo el convenio ni la asignación de recursos estatales a la prensa, décadas atrás lo dejó claro el ex presidente José López Portillo al reclamar “no pago para que me peguen”. Tampoco es de hoy el peso de la publicidad estatal, financiamiento tan vital que a nivel país representa cerca del 60% de los ingresos en los medios, según estudios independientes. Pero en Veracruz, donde el gobierno de Fidel Herrera es recordado por repartir billetes a su paso, el tema alcanzó dimensiones excepcionales durante el sexenio de Duarte. “Pórtense bien”, les decía el gobernador Duarte a los reporteros mientras un sector específico de su gobierno se ocupaba de administrar lo que eso significaba.
La oficina de comunicación social pasó de tener un presupuesto de 50 millones de pesos en el año 2011 a 304 millones de pesos en el 2016. Se multiplicó en un 452 por ciento, según la Ley de Egresos de 2011 y un informe que elaboró el Órgano de Fiscalización Superior a pedido de diputados locales. Más tarde se ventilaron cifras escandalosamente mayores: el gobierno de Duarte pagó en convenios de comunicación cerca de 5 mil millones de pesos, es decir unos 294 millones de dólares, según dichos del fiscal Julio Rodríguez Hernández en una audiencia de vinculación a proceso.
Una persona definía el destino de ese presupuesto:Gina Domínguez Colío. Cabello corto con mechitas rubias, cejas delgadísimas y mirada brava, María Gina Domínguez Colio fue una de las figuras más fuertes del sexenio. Tanto que la apodaron La vicegobernadora. Además de su carácter, destaca su trayectoria: es periodista con larga experiencia, conoce al mundo de los medios veracruzanos de punta a punta.
–Se encargaba del control de daños –dice un periodista que pide anonimato–. Ella desmentía las noticias. Llamaba a las redacciones y ordenaba ‘quiten esa nota, pongan esta’. Señalaba a gente y ponía a gente en peligro. Tan poderosa era que cuando encontraron los 34 cuerpos en casas de un fraccionamiento de Boca del Río [en 2011], Gina desmintió la noticia y después la Marina la desmintió a ella. Ni así la cesaron.
Sigue otro periodista, también de identidad reservada por seguridad:
–Gina hacía que corrieran a reporteros y reporteras si se salían del guión. Las fotos eran supervisadas por ella, qué se publicaba y qué no se publicaba en todos los medios, todos los medios. La intimidación era cabrona. (…) Primero es obvio, el de censura. Sigues insistiendo, te regaña. Sigues insistiendo, te corren o te amenazan con correrte, te suspenden los pagos o te atrasan los pagos [de convenios]. Sistemas que están perfectamente diseñados. Y si a pesar de que te corrieron de todos los medios, por ejemplo, no pongamos el punto máximo de exageración porque conservaste algunos [trabajos], entonces ya te intimida, te persiguen, te ponen marcaje personal y la última es la calentadita. Perdón, la última es la muerte. Porque eso fue algo que lo vimos perfectamente que empezaron a hacer un chingo. (…) Pero en eso ya no sé exactamente cómo laboraba ella, todo eran rumores.
En manos de Domínguez estaban montañas de dinero que tal vez fueron incluso más que los montos revelados por documentos, porque al concluir el sexenio aparecieron convenios pendientes de pagar. La deuda con detalles y nombres de empresas reclamando sumaba al menos 400,146,820.86 pesos cuando el presupuesto autorizado de ese año era en teoría de 304 millones, reveló Plumas Libres. Y aunque periodistas solicitaron montos y detalles de las partidas presupuestarias, el gobierno les respondió que era información reservada.
Precios del silencio. Mutismo tasado. Deudas con “medios y periodistas que ayudaron a lanzar incienso al paso del gobernador actual, a ocultar las balaceras, los muertos, a reportar hechos violentos como asaltos cuando en realidad en algunos casos se trató de ejecuciones, a voltear a otro lado cuando sabían del caso de una madre que buscaba a su hijo desaparecido por Los Zetas, por Los Jaliscos o por patrullas de la policía”, dice un texto de Ignacio Carvajal publicado el 11 de julio de 2016. Años después, en 2023, durante la presentación de un libro en la capital del país, la reportera Norma Trujillo resume: “en Veracruz no hay medios tan independientes, la publicidad marca una línea”.
Otro colega que pide no revelar su nombre lo dice casi sin sorpresa, como algo normal:
–Es bien sabido que casi todos los medios se reportaban con comunicación social de Duarte. A mí me tocaba cuando estaba en el periódico que les comenté, yo tenía comunicación con [tal persona] porque yo era el editor en jefe. Y entonces también me encargaban que hablara con él para ver qué comunicado era el que quería el gobernador que saliera. Siempre le hablaba (…) Así pasó por años.
Situaciones surrealistas desató el poder de los convenios en tiempos del duartismo. Como ejemplo lo ocurrido en 2015, cuando algunos periodistas se manifestaron para exigir los pagos adeudados de propaganda oficial y dos directores se plantaron frente al palacio de gobierno en Xalapa con pancartas que decían “no hay ya para chayotes, el gobierno tiene otras prioridades”.
De acuerdo con documentos que publicó Noé Zavaleta en Proceso, el duartismo anualmente destinaba “entre 200 y 230 millones de pesos para publicitar su gobierno en radio, prensa y televisión (…) Y aunque ese dinero se etiquetaba, no siempre se pagaba”.
Se sumaban los escándalos, se hacía inminente la huída de Duarte y parte de su gabinete pero quedaban las deudas. Por ejemplo, al diario Marcha, uno de los repentinamente extintos, el gobierno le debía 4 millones 788 mil pesos. Al AZ, otro de los que se esfumaron, le debía mucho más, 27 millones de pesos.
Son 127 los convenios impagos que aparecen en la lista revelada en 2016. Hay personas morales, sociedades anónimas de capital variable, pero también nombres y apellidos de personas físicas. Hay editoriales, empresas de comunicación, de radio y consultorías mezclados con siglas que poco dicen. La mayoría vinculados al estado de Veracruz pero también aparecen medios nacionales de primera línea como El Universal ($3,800,000), Periódico Excélsior ($4,000,000), el grupo NRM Comunicaciones ($2,970,400.31) y el diario Reporte Índigo ($7,795,200).
Esto sólo entre quienes reclamaron adeudos en los últimos días de la administración 2010-2016, sin certeza sobre del total -ni el destino- del dinero que salió desde la oficina de comunicación de Veracruz en ese sexenio, la oficina de Gina Domínguez. En 2023, más de una década después de aquel tiempo, la oficina de contratos y convenios del gobierno de Veracruz responde vía transparencia que “no se cuenta con la información solicitada”, nada tienen o nada dicen.
3.- ¿Es posible decir no?
Era una de esas notas cualquiera, las que poco importan. Taxistas protestaron para exigir mayor seguridad. Un texto breve que salió en el impreso perdido entre otros, pero a las once de la mañana el director llamó por teléfono.
–¿Estás bien? Hubo un problema con la nota que sacaste.
–¡Pero si es informativa!
–Ustedes saben que no tienen que sacar esas cosas.
La panza se hizo nudo, el corazón se agitó y el frío corrió por la espalda. Los periodistas en Veracruz saben cuánto peligro cabe dentro de la frase hubo un problema con tu nota: significa que la vida está en riesgo.
Sonó el teléfono otra vez. Era la maña citándolo en un lugar. Una de esas llamadas que no pueden ignorarse y una de esas citas a las que es obligado asistir aún sabiendo que tal vez no regreses.
Fue al punto indicado. Pasaron en un carro blanco mediano y le ordenaron subir. Adentro había hombres jóvenes con cabeza rapada y muchos tatuajes. Bien visible, un fusil AR-15 grandote.
–Nosotros cubrimos lo que pasa. Nuestros jefes de redacción son quienes deciden qué publicar y qué no…–, intentó explicar para excusarse.
–…Tu jefe ya sabe qué va y qué no va. ¿A poco no sabes que nosotros le damos lana a tu jefe? ¿A poco no te da? –respondió el jefe de plaza con cierto grado de asombro–. Ahí te dejo mi número. Para la próxima ya sabes, me marcas.
El terror de las llamadas y citas no negociables. La certeza de que el jefe de plaza pagaba al director y que él aceptaba los recursos condicionándolos sin decirles siquiera para qué lado debían jugar. Menos aún repartía ese dinero.
Los pagos en el diario eran de cuarenta pesos, dos dólares por nota.
Dos dólares cada vez que se arriesga la vida porque en Poza Rica, donde transcurre la historia, los años 2010-2016 fueron un infierno. La persona que relata, periodista, pide omitir todo detalle que pueda revelar su identidad ya que el riesgo aún persiste una década después y siguen mandando los mismos.
–Si algo te pasaba antes, ibas con la policía y te entregaban con aquellos. No se podía ni salir de noche ni pararse en lugares oscuritos. Era terrible. Aquí hubo miles de crímenes que no se publicitaron. No se pusieron en prensa ni nada porque ellos no querían que se publicitaran (…)
Cuando quitaron a la policía todo bajó (…) Ahora aquí están los cuatro: Los Zetas que se llaman Grupo Sombra, el Cártel de Sinaloa, Jalisco [Nueva Generación] y Zetas Vieja Escuela. En la plaza principal de Poza Rica ya poco se miran los murales del auge petrolero o la gran obra de Pablo O’Higgings, retratos de años dorados. En el kiosco, de árbol en árbol y sobre puentes peatonales cuelgan lonas -cada vez más- con fotos de personas desaparecidas.
Al otro extremo del estado, en la región sur, está la Cuenca del Río Papaloapan. Tierra Blanca, una de sus ciudades más importantes, donde cuentan que se borró por completo la idea de trabajo periodístico libre.
–Te obligaban a qué escribir y qué no. Te decían ‘esto sí y esto no’. O llegabas a cubrir [a la escena del crimen], los veías y nada más te hacían así: ‘no’ con el dedo. Ya ni sacábamos el equipo. Pero de darnos dinero, no. Aquí ni siquiera ofrecieron dinero. (…) Nos dicen coludidos y no es así (…) En Tierra Blanca había una época que era un pueblo fantasma. Vivíamos con la pata en el pescuezo.– Recuerda otro reportero quien también pide anonimato por seguridad. Sigue trabajando y dice que todavía Tierra Blanca es a veces un pueblo fantasma. Antes por los secuestros, ahora por extorsión, ejecuciones y balaceras.
Los relatos se repiten parecidos en varias regiones del estado de Veracruz, un territorio tan amplio que bien podría ser un país: 71,820 kilómetros cuadrados. Tierras arrasadas por violencia y miedo, lugares donde las policías formaron (y a veces siguen formando) parte del crimen. Tanto que el entonces gobernador Javier Duarte optó por disolver a las policías intermunicipales: la de Xalapa en mayo de 2011, en diciembre del mismo año la de Veracruz-Boca del Río; en mayo de 2013 la de Coatzacoalcos-Minatitlán y dos meses después la de Poza Rica-Tihuatlán-Coatzintla.
Disolvió todas las policías intermunicipales. En la zona del puerto la seguridad quedó en manos de la Marina y en general en todo el estado se desplegaron militares. Junto al entonces presidente Felipe Calderón, el 10 de abril de 2011, Duarte lanzó el operativo “Veracruz Seguro” que abrió paso a un mando único federal con envío de tropas militares, mayores recursos para seguridad y depuración de fuerzas policíacas. Al menos en la teoría, porque el hombre fuerte de la seguridad del duartismo,Arturo Bermúdez Zurita, tenía otros planes. El Capitán Tormenta, como le decían, era Secretario de Seguridad Pública, responsable de la Policía Estatal. Y decidió lanzar sus propias corporaciones.
En 2012 presentó a un cuerpo de élite que llamó Grupo Tajín, el nombre de la pirámide más importante de la zona. En un evento al cual Duarte no asistió, Bermúdez Zurita dijo que 206 policías fueron entrenados cuatro meses por la Secretaría de Marina. Dijo que el objetivo era dar “el primer contacto y grupo de rescate y acción con la población civil”, pero poco duró el proyecto y menos aún cumplió con ese propósito. El Grupo Tajín fue una fuerza corrupta que naufragó un año más tarde cuando los policías de élite secuestraron en el municipio de Úrsulo Galván a 8 policías municipales que continúan desaparecidos.
En 2014 Bermúdez Zurita volvió a intentarlo con un segundo nuevo grupo, la Fuerza Civil. Otra vez la promesa de un grupo de élite y la apuesta multiplicada por diez: ya eran dos mil policías. El entonces Comisionado Nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, estuvo presente en el evento. Pero tampoco mejoró la seguridad con la Fuerza Civil y los hechos turbios se multiplicaron.
Aún sin terminar el sexenio 2010-2016, el periodista Noé Zavaleta publicaba su libro “El infierno de Javier Duarte” (Proceso, 2016). Decía que hasta ese momento ya había al menos 470 policías municipales y estatales arraigados “para ser investigados por delitos federales, especialmente los relativos contra la salud y trasiego de drogas”. Publicaba también que tanto Los Zetas como el Cártel Jalisco Nueva Generación tenían “infiltradas las corporaciones policiacas” e incluso dividido el territorio: los policías de la región montaña y sur trabajaban con Los Zetas y los de costa y Sotavento con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
El escritor Juan Eduardo Mateos Flores retrata la metamorfosis de los policías del puerto en su libro “Reguero de Cadáveres”. Cuenta cómo aquel territorio que estaba totalmente plegado al poder de Los Zetas, a quienes llamaban “La compañía”, empezó a mutar en “Zetas volteados”. Lentes de pasta, chanclas y slang al hablar, Mateos Flores narra el cambio de plaza desde historias de chavos que murieron en los barrios. Y relata el momento preciso en que entró el nuevo cártel: Aventando 35 cuerpos se presentaron. Dijeron llamarse Matazetas pero “desde entonces dicho personal, sin saberlo, comenzó a operar para el Cártel Jalisco Nueva Generación”.
Noé Zavaleta, el reportero joven que se atrevió a cubrir Veracruz para Proceso después del asesinato deRegina Martínez, marca dos nombres siempre presentes en las más turbias historias de la policía veracruzana de entonces: Arturo Bermúdez Zurita, “el tenebroso capitán tormenta” y entre sus subalternos más poderosos, delegado de la secretaría de seguridad en la zona del Sotavento.
No es secreto en Veracruz que la policía de Bermúdez Zurita fue socia y parte del crimen organizado en varias regiones. Pero Zavaleta, alto y sonriente, con una franqueza inusual en aquel territorio donde todo parece silencio, publica que han sido detectados al menos tres campos de entrenamiento en los cuales los policías estatales enseñaban tiro a jóvenes sicarios de Los Zetas. En Cumbres de Maltrata y Rancho San Pedro, por ejemplo, les enseñaban a disparar pero también “a cavar fosas clandestinas sin dejar huellas, a tablear, a disparar, torturar y matar”.
Maestros del crimen.
La violencia no llegó a Veracruz con el gobierno de Duarte. Ya llevaba varios años y muchos identifican el inicio de los peores tiempos en 2007, cuando comenzó el dominio de Los Zetas. Era el periodo de Fidel Herrera, aquel gobernador a quien apodaron el Zeta 1.
Continua fue la violencia en los gobiernos de Herrera y Duarte, fue “el doble sexenio”, resume la escritora veracruzana Fernanda Melchor en el prólogo del libro Reguero de Cadáveres. Noé Zavaleta agrega que el duartismo fue el tiempo del “verdadero oscurantismo”. Sin palabras al azar, habla de los efectos de la disputa entre cárteles, el reacomodo de plaza, como también de las múltiples estrategias que el gobierno mantenía hacia la prensa.
–Duarte era muy amigo de los dueños de los medios. Al director del Diario de Xalapa se lo llevó tres o cuatro veces al extranjero. En 2013 que fue el tianguis turístico en Madrid, Duarte se llevó 15 de viaje. Incluso los llevó a la final de la Copa del Rey en el estadio Santiago Bernabéu.
Paseaban esos dueños que recibían millones de pesos en convenios pero pagaban a sus periodistas sueldos de miseria. Horacio Zamora nunca fue a esos viajes. Trabajó 15 años como periodista. Estuvo en varios medios de Xalapa y el puerto de Veracruz. Fue colaborador en algunos, vendía contenidos en otros. Eran tiempos de ejecuciones, embolsados y ensabanados cuando él freelanceaba, se buscaba la vida. Cubrió aquellos años de violencia pero ahora, una década más tarde, mira también otras violencias que no eran sangre en las calles.
–En ese momento tú no lo percibes y dices, así es el jefe, así es la línea del periódico, es la manera de trabajar, así es el oficio de periodista. Pero la verdad estaban violentando muchísimos derechos tuyos, tanto laborales como civiles, profesionales. Ahora lo ves y dices me explotaron, abusaron de mí, hicieron lo que quisieron. Me tocó ver un sinfín de abusos. La famosa censura a la libertad de expresión, a la libertad de prensa, comienza en las redacciones con sueldos miserables, con agendas de trabajar 12-15 horas. No tienes seguridad social, si algo te sucede es tu problema, trabajas con tu carro, con tus recursos. Yo llegué a tener en Veracruz creo que 9 ó 10 trabajos a la vez.
Mira en perspectiva porque pasó el tiempo pero también porque ya no está aquí. Se fue. Por segunda vez se exilió en un país más seguro.
–Yo creo que de allá de México todo el mundo quiere salir huyendo, ¿no?
Sergio Landaescribía y tomaba fotos en Diario Cardel. Ganaba 2,500 pesos por quincena sin seguro ni días de descanso.
Rubén Espinosa tenía el mismo sueldo como fotógrafo en Xalapa yGabriel Huge cobraba un poco más, 3,000 pesos por semana en la zona del puerto.
Gregorio Jiménez, que cubría con texto y fotos el municipio de Villa Allende, ganaba 20 pesos por nota. Corriendo mucho eso significaba a veces 100 pesos por día o unos 1,700 pesos mensuales más 800 para gasolina en el diario Liberal del Sur (periódico de la familia del magistrado Edel Humberto Álvarez Peña, acusado de millonarios contratos fantasma).
También en Coatzacoalcos, en Notisur un reportero de planta con estudios ganaba 3,600 pesos al mes y becarios y estudiantes ganaban entre 700 y 1,000 pesos por quincena.
Parecido estaba el panorama en la zona del puerto. Los reporteros ganaban al mes entre 5,000 y 6,000 pesos en la mayoría de las empresas. Por encima sólo estaba el diario más popular, Notiver, donde se podía obtener 8,500 a la quincena.
Transformados a dólar los números son hirientes: sueldos de 500 dólares mensuales para reporteros titulados; la mitad (o menos) para los de oficio, los empíricos. Días completos por un pago de 8 a 16 dólares.
Monedas por arriesgar la vida.
Monedas por entrar a una ilegible guerra dislocada.
–A veces es imposible sustraerse de esa situación –dice un periodista–. Si me preguntas oye, ¿tuviste relación con esas personas [, los narcos]? Te puedo decir que con muchas porque tienes que aprender a convivir, porque si no no sobrevives.
–Los Zetas pagaban 15 a 20 mil pesos por mes a la prensa que le entraba–, dice otro periodista del puerto.
Hasta cuatro veces lo que pagaba un periódico. ¿Cómo decir “no” cuando la necesidad es mucha? ¿Cómo decir “no” cuando no hay margen para decidir? ¿Cómo decir “no” si negarse puede hacer que te maten hoy mismo?
No siempre pagaban, no a todos les pagaban. Pero sí les exigían.
–No era optativo. No era optativo para los que se dedicaban a la policíaca aceptar o no la línea del grupo criminal (…) Tuve testimonios de personas que cuando se negaron diplomáticamente a seguir la línea del grupo criminal, entre comillas a llevársela tranquila como se dice coloquialmente, pues tuvieron consecuencias (…) A uno lo privan de la libertad, lo torturan–, dice Jorge Morales, ex integrante de la comisión de atención a periodistas.
–Te alineas o te alineas–, dijo un policía a Sergio Landay pocas horas después fue secuestrado por primera vez.
De un lado patrones que pedían mucho y pagaban poco, del otro gente armada sin ley. Para muchos no fue posible negarse: la línea o la vida.
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