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Juntas

Veredas Psicosociales

Veredas Psicosociales es una organización de mujeres que acompaña proyectos de vida digna y contrarresta los efectos de las violencias y desigualdades desde el feminismo y una perspectiva psicosocial.

“No porque esté presente eso significa que mi corazón asiente,

No porque el silencio expreso significa que apruebo lo que dice usted

No porque hay que sobrevivir, eso significa que voy a compartir

lo que quienes dominan determinan”.

Krudas Cubensi. 

 

¿Cómo defendemos nuestras convicciones en medio del capitalismo voraz en el que los sueños de construir una vida digna a veces se desdibujan? es una pregunta que quienes escribimos estas líneas, nos hacemos todo el tiempo, tenemos claridad de lo que soñamos, construir un mundo donde vivamos dignamente, tener tiempo para nosotras y el cuidado de los vínculos, donde la horizontalidad, los afectos, la ternura y el cuidado de toda vida sea posible; buscamos despojarnos de la reproducción de los discursos de odio, discriminación, violencia y poder que someten y apagan la vida. Aunque esas sean nuestras claridades, nuestras realidades, muchas veces nos despiertan de la ensoñación. 

A menudo escuchamos hablar de la congruencia como un valor importante y no negociable, nombrada desde la superioridad moral y el dedo acusador, o eres congruente o no lo eres, o eres estrictamente leal a tus convicciones o eres una persona incongruente. Hace unos días, en las reflexiones de uno de los espacios que acompañamos, una compañera dijo que había entendido que “La congruencia es colonial”, vale la pena preguntarnos: ¿se puede ser completamente congruente sin privilegio? ¿podemos no trabajar dentro del sistema o las instituciones cuando hay una o varias vidas que sostener? ¿se puede vivir completamente de la autogestión sin la propia explotación y la sobrecarga, si tienes una renta que pagar? Este escrito mismo no tiene las respuestas, quizá más preguntas, quizás sólo es una provocación a la reflexión.

Vivimos en este planeta en que los medios de producción son una realidad de la que participamos todas las personas, no hay escapatoria total porque tenemos que sostenernos la vida, pagar las cuentas, alimentar nuestras propias bocas, las que dependen de nosotras y el problema no sería en sí tener que pagar las cuentas o la necesidad de alimentarnos… el problema es intentar hacerlo en medio de la precariedad, en donde la vida es cada vez más cara y los sueldos no alcanzan, en donde las condiciones laborales no son dignas y las violencias nos siguen atravesando. Vivimos en medio de un sistema que no podemos sacar por completo de nosotras.

Entonces, ante la pregunta de ¿se puede ser completamente congruente sin privilegio?, nosotras pensamos que sí y que no. Y caben las dos respuestas porque No todo es blanco o negro, porque la vida tiene muchos tonos y matices y, porque a lo largo de la vida, quienes soñamos con un mundo distinto hemos ido aprendiendo a surfear las olas de este sistema del que no podemos escapar, como decimos “no hay escapatoria total” pero nos es importante preguntarnos e intentar respondernos ¿de qué cosas sí hemos podido escapar? ¿qué cosas sí podemos y hemos estado cambiando? ¿a qué nos aferramos cuando el sistema intenta atraparnos? ¿cómo dialogamos entre la certeza de que las convicciones y los sueños de vida digna no se mueven por el dinero, pero sin dejar de lado que el dinero es necesario para la vida cotidiana? ¿cómo nos organizamos para disfrutar de estos procesos y que no se nos vaya la vida en ellos? ¿qué cosas hemos y seguimos negociando día con día? ¿junto con quién o quienes? ¿de qué manera sí hemos podido colocar el cuidado, los afectos, la ternura, en medio de los espacios que ocupamos y a qué retos nos seguimos enfrentando? ¿qué cosas hemos intentado y nos han funcionado y que cosas no, pero hemos aprendido? ¿cómo compartimos todos estos saberes con toda la gente que se hace las mismas preguntas, que tiene los mismos esfuerzos? ¿cómo lo hacemos más llevadero?

Defender nuestras convicciones y sobrevivir quizá también tenga que ver con dejar de romantizar la defensa por la vida. Muchas de las personas con quienes colaboramos o incluso nosotras mismas, nos hemos dejado crecer la semilla de la idea que dice que “la defensa de la vida se hace por y desde el corazón” y en eso estamos de acuerdo, aunque pensándolo bien, ese discurso es muy parecido a la idea capitalista que usan las empresas o instituciones de “ponerse la camiseta”, porque en ambas ideas, que vienen de lados distintos, la idea central es “dar hasta el cansancio, sin pedir nada a cambio por ello, dar a más no poder”. Así, conocemos muchas experiencias de personas que hacen excelentemente bien su trabajo, que tienen un sinfín de habilidades y conocimientos y que experimentan culpa por recibir una remuneración por su trabajo bajo el entendido mental de que, por la lucha, la defensa, los compas, no se cobra; o quienes dan y hacen mucho por las demás personas (la lucha o el activismo) y experimentan cuadros de cansancio extremo, porque claro, ante tanta necesidad ¿cómo descansar?, ¿cómo priorizarse? Entonces, si esto no es blanco o negro ¿qué otros colores seguimos creando juntas? Algunas de esas tonalidades de claridad que vamos teniendo o que nos vamos dando giran en torno a las siguientes líneas o reflexiones:

Queremos alejarnos de los discursos puristas, totalizantes que también existen en las resistencias. Queremos invitar a reflexionar que vivir en este sistema es más complejo que definirse en la congruencia o incongruencia, es reconocer la contradicción y a pesar de ella seguir encontrando grietas de posibilidades.

Defender la vida como convicción y con el sueño de ver este mundo mejor, se hace con y desde el corazón, así también es importante valorar lo que hacemos y aprender a recibir desde el corazón lo justo por ello, un pacto que se transforma en intercambio de saberes, dinero, comida, sueldo o todo lo que permita continuar viviendo para seguir defendiendo la vida. Es dignificar la vida misma, aquella con la que seguimos apostando por la vida de otras y otros.  Sabemos que hay quienes lo hacen, pero también hay quienes sienten culpa por ello.

En el mundo capitalista en donde todo se compra y consume, hacer negociaciones con nosotras y con nuestras propias convicciones, puede ser de ayuda. La decisión de qué es inamovible, no canjeable, es de cada una y uno. La presión de tener muchas bocas que alimentar o a seres qué cuidar es grande y priorizarles por sobre un deseo y creencia personal es en la mayoría de casos, un acto de amor.

Aprender que estar bien es necesario para poder seguir compartiendo y exigiendo, es otro gran aprendizaje (y reto), soltar la idea de que, en la resistencia se da todo, que no hay cabida al descanso y disfrute. Ver y permitirnos experimentar las bondades del descanso reparador que permita retomar las acciones con más fuerza, que permita descansar el corazón de los sufrimientos para seguir la lucha con un fuego ardiente que también sea de alegría por sabernos contribuyendo a hacer un mundo mejor, más digno, con más condiciones.

Ojalá algún día habitemos un mundo distinto, ojalá llegue el momento en la vida de cada persona en el que se pueda vivir completamente de las apuestas y convicciones; mientras eso sucede, reconocemos que aunque el dinero no nos mueve, el dinero sostiene también la vida y buscar formas de acceder a él, a través de un trabajo asalariado o independiente, o ambas porque así tocó cuando no hay privilegio, no es incongruencia, es subsistencia, es también tomar responsabilidad por la misma vida y la colectividad cercana, es seguir buscando vida digna en medio de la precariedad, queremos traer aquí la importancia de habitar la contradicción, sin sentir culpa por ello, tenemos que reconocer que a pesar de ello, aún conservamos la capacidad de soñar.

Quizá defender nuestras convicciones tenga que ver con reconocer que somos una, uno queriendo cargar el mundo y que, cargar el mundo no se puede hacer sola o solo y mucho menos se puede hacer con hambre o enfermedad. Quizá ni sea posible cargar el mundo, sino contribuir con pequeñas, medianas y grandes acciones en la cotidianidad en la medida de lo posible, para hacerlo más habitable, más humano, más cálido. No podemos con nuestras manos reconstruir el mundo, pero sí podemos con nuestras acciones caminar hacia allá, valorar cada pequeña acción que nos permite sembrar esperanza.

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