- Hace 24 años un ciclón tropical dejo un saldo de 500 muertos y 300 mil personas sin hogar en el sureste de México. Estas son las voces de los sobrevivientes para preservar la memoria.
Miguel Ángel Maya Alonso /
Foto: Panorama del Pacífico
Segunda parte
Volar por los aires
Oaxaca de Juárez.- Cada campesino tuvo una imagen distinta al llegar a sus viviendas. Algunos como mi padre, encontraron a sus familias escondidas en sus casas, solo viendo el desastre que afuera ocurría. Otros encontraron a sus hijos empapados con la mitad de las tejas en el suelo y el adobe de las paredes mojándose. Estas casas caerían, era inevitable.
Lucas, mi padre, se encerró en su casa y se quito el hule. La puerta sonó tras él. Ximena abrió y se encontró con su hermano. Roberto había regresado con Lucas, pero al llegar a su casa encontró dos de sus cuartos de adobe y tejas en el suelo. En estos tenía una tienda de ropa.
-Necesito ayuda- dijo Roberto. -¿Qué pasó? – preguntó mi madre.
-Mi casa se cayó, atrás vienen mi esposa y mis bebes-. No había terminado de hablar cuando llegaron, estaban empapados y el miedo se le notaba en los ojos.
Mi padre, mi madre y mi tío Roberto salieron para tratar de recuperar la ropa de la tienda. Mi madre regresó cinco minutos después. –No pude llegar, una lámina cayó a mi lado, vi como se movía en los aires y apenas la esquivé, contó. Más gente llegó a mi casa. Una a una las casas de adobe del pueblo iban cediendo contra el viento. Nadie hablaba de un huracán, nadie lo había vivido o nadie lo recordaba. Los estruendos de los cerros no hacían más que estremecer a los asustados pobladores.
Alguien subió al campanario de la iglesia, ubicada a unos metros de mi casa y tocó las campanas, gran parte de la población huyó de sus casas y se refugió en esa construcción que aún no tenía puertas. Taparon improvisadamente la entrada con maderas que quitaban cuando más gente pedía refugio. La misma situación ocurría en las demás casas del pueblo construidas con material de concreto. Todos buscaban refugio mientras los riachuelos de la comunidad, ahora eran ríos que transportaban lodo, piedras y escombro.
Salvado por un arbusto
Mi papá y mi tío Roberto transportaban la mercancía, y a los niños de los vecinos que pedían ayuda y buscaban un lugar para resguardarse. Para llegar de mi casa a la casa de mi tío se tenía pasar un arroyo, que ahora, con furia, transportaba agua y escombros en grandes cantidades.
Uno de los vecinos que buscó cruzar el río, Tolentino, conocido como “Torres”, no midió bien la distancia y no alcanzó el otro lado del arroyo. Un grito se ahogó cuando cayó al agua y fue arrastrado por la corriente. En un intento desesperado se sostuvo de un pequeño arbusto y tomó aire.
Pensó que era el final y quiso soltarse. Una de sus manos sintió un fuerte apretón, era mi tío Roberto que al voltear se dio cuenta de que faltaba “Torres” y regresó a buscarlo. Ya sobre tierra firme, Torres siguió el caminó y se puso a salvo.
Una serpiente en el cielo
Cuando Ernesto cruzó el centro de la población de Santa Martha, el viento y la lluvia no daban tregua. Llevaba ya varias horas caminando desde su rancho hasta su destino, San Baltazar Loxicha.
Divisó la última casa del pueblo y se preguntó si no era mejor regresar. Unos kilómetros más adelante, ya en el interior del bosque, entre pinos y encinos, caminar era imposible. Sería la última vez que vería a esos árboles de pie.
Luchaba contra el viento. En un cerrar de ojos vio las ramas recostado desde el suelo. Una piedra impacto con su frente y el agua se mezclaba con la sangre que emanaba de su piel abierta. Desde esa posición, según lo relató más adelante, vio a una inmensa serpiente, quizá aquella a la que sus antepasados llamaban “Serpiente Emplumada”, que surcaba los cielos y por donde pasaba más intenso, era el viento.
Como pudo se levantó y regresó. Se unió a la gente que buscaba refugio y llegó hasta mi casa, donde apenas si entró. De pie había mucha gente para contarla, nadie hablaba, solo escuchaban el estruendo, rezando para que terminara.
Horas de terror
Joel y su familia vivían a las orillas del río que ellos conocían como Ratón; su vivienda consistía en simples ramadas de hierba que se sostenían de dos grandes árboles de mangos. Soportaron cuanto pudieron bajo los mangales, sin embargo, el sonido de las piedras, troncos y ramas que en el río llevaba los asustó, huyeron rumbo al cerro. Sin saberlo, fue la mejor decisión que tomaron. Pronto el río se llevó sus pertenencias.
Una cueva, donde guardaban su maíz, fue su refugio. Ahí pasaron las siguientes 24 horas escuchando cómo el río poco a poco bajaba el nivel y como el aire calmaba su furia.
Juntos en la tempestad
-Todo estará bien- dijo mi madre. Yo solo veía a todas las personas que miraban hacia las ventanas. Había un hombre que dejó a si esposa y bebé en su casa. -Ve por ellos le dijo mi padre, él no contestó, solo se acurrucó en una de las esquinas. Se organizaron más adelante y los rescataron.
Unos niños se acurrucaron bajo las mesas y camas de los dos cuartos. Después de las cinco de la tarde el viento comenzó a ceder pero la lluvia se intensificó, de alguna manera todos en Santa Martha estaban a salvo. Solo escuchaban. Nadie hablaba. -Todo estará bien, repitió mi madre para sí misma.
La casa de adobe y tejas en donde desgranábamos el maíz resistió, sin embargo, las gallinas que mi mamá metió ahí para resguardarlas no corrieron con suerte. Una corriente logró hacerse camino hacia la puerta y la inundó, ahí quedó demostrado que las gallinas no pueden nadar. Más de 30 gallinas murieron ese día.
Después de la tormenta
Al llegar la noche el viento se fue por completo, pero no la lluvia. Los estómagos de los niños comenzaron a rugir y la mente de los adultos se vieron obligados a trabajar. Los cocos que cayeron durante el huracán fueron la cena.
Hasta la mitad de la noche nadie más salió. El fuego era primordial, no había cerillos y la leña estaba mojada. El gas era un sueño en Santa Martha hace 24 años. Alguien se las ingenió y el fuego se hizo presente.
Rescataron tortillas y sal, los que tenía hambre comieron, otros tantos solo pensaban en sus viviendas perdidas. No hubo perdidas humanas en Santa Martha.
Una mañana diferente
El amanecer del 8 de octubre del 2017 en Santa Martha Loxicha fue diferente. El paisaje cambio por completo. Nadie sabía que el Huracán Paulina había tocado tierra en las costas oaxaqueñas el día anterior y que en esos momentos hacía lo propio en Guerrero. Solo sabían lo que habían vivido.
No había electricidad ni señal de radio, no había noticias. Los arroyos se habían convertido en ríos. Muchos fueron a sus sembradíos, temían lo peor y sus temores se hicieron realidad, no había una sola milpa en pie.
Las casas estaban en los suelos y la ayuda parecía lejana. No había reportes de gente herida de gravedad ni muertos. Aunque la carretera estaba intransitable. Inclusive a pie, no había forma de pasar de manera rápida todos los árboles caídos. Aún así, muchos se aventuraron a ir a las rancherías para ver a sus familiares, con machete en mano, cortaban la hierba. Se sorprendieron al ver al río Jordán, que antes del desastre medía unos cuantos metros de ancho, ahora al menos eran cien metros.
El caldo de gallina y chivo
En mi casa hubo caldo de gallina. Alimento que sirvió para matar el hambre de una treintena de personas entre hombres, mujeres y niños. Las mujeres se organizaron para hacer la comida y los hombres para traer la leña y reconstruir las primeras viviendas.
En la iglesia, en donde un centenar de personas se refugiaron durante la tormenta y la noche, hubo carne de chivo. Un pastor no tuvo suerte y varias de sus ovejas perecieron durante la tormenta.
En mi casa, un animal de cuatro patas, de pelo café y un metro y medio de alto llegó con tal tranquilidad que sorprendió. Era la burra que mi mamá había ido a soltar al inicio de la tempestad.
Tres días después
La fuerza de las comunidades alejadas de Oaxaca se basa en la unión y así lo demostraron los pobladores de Santa Martha Loxicha. Al tercer día de que fueron impactados por el Huracán Paulina las viviendas comenzaron a reconstruirse y algunas de las familias ya las habitaban de nuevo.
La misma pobreza los acostumbró a vivir con lo mínimo: tortillas, sal y azúcar. Había frijoles y los elotes sirvieron para combatir el hambre. Antes de la tormenta los peces y camarones del río eran una fuente de alimentos, pero ahora, la corriente se los había llevado todos.
La calma del pueblo terminó cuando un nuevo sonido, desconocido para los pobladores llegó del cielo. Un helicóptero sobrevolaba la población, al ser un lugar alejado de los lugares planos, no había forma de aterrizar.
Así, en un pequeño claro, la aeronave descendió y dejo víveres. A esta visita le siguieron otras muchas y el posterior arribó del Ejército Mexicano. Tuvieron que pasar muchos meses para que la brecha quedara libre al fin.
Primera parte https://elmuromx.org/2021/10/el-huracan-paulina-una-serpiente-en-el-cielo/