Cuando entras a Usila esta “la puerta del cielo” un mirador donde con poblaciones alejadas enmarcadas por el río. Las montañas son una trampa donde queda atrapado el cielo. Desde su valle ascienden a las montañas una fauna infinita y de sus casas sale el olor a madera de muchos años, a café echado a leña.
ANTONIO MUNDACA/ @amundaca
USILA, OAXACA.- Donde quiera que mires te acompaña el precipicio. El verde abundante bordea el camino que es una serpiente de tierra. Dos horas y media de una carretera caliza a medio terminar y una hora más por la carretera federal que sube por Jalapa de Díaz. 100 kilómetros separan a la ciudad de Tuxtepec del antiguo corazón de la Chinantla. El río caudaloso que bordea cada uno de los pueblos que vas pasando va de la transparencia a la furia. A las orillas del Santo Domingo se pasa entre cumbres y cuevas por Flor Batavia, y las comunidades de Cerro Verde, Arroyo Tambor, Paso Escalera y Arroyo Aguacate hasta llegar a San Felipe Usila. Los “jé jeu jëin” que en lengua chinanteca significa “pueblo agrio”.
Cuando entras a Usila esta “la puerta del cielo” un mirador donde con poblaciones alejadas enmarcadas por el río. Las montañas son una trampa donde queda atrapado el cielo. Desde su valle ascienden a las montañas una fauna infinita y de sus casas sale el olor a madera de muchos años, a café echado a leña.
Las mujeres ancianas ataviadas de sus huipiles rojos y coloridos miran a los extraños con recelo, caminan descalzas, a prisa, se mueven como peces marchitos en aguas tempestuosas, con esa antigüedad que ronda los mil años, el tiempo milenario que han dicho de boca en boca los viejos usileños, quienes se han ido contando de abuelos a padres, de padres a hijos, de hijos a hijos como el 1003 como la fecha en que de algún lugar llegaron los chinantecos a habitar esas piedras enclavadas en el cielo y tiene que ver con la historia de los descendientes de Quia-na que conformaron un territorio habitable hasta el año de 1300 en el gran Señorío de la Chinantla.
Felipe Pantoja Miguel, tiene 83 años, tres hijos, y una lucidez seria para tanto recuerdo tardío. Aprendió español en 1936 cuando alemanes fundaban bancos en Oaxaca según le contaba su padre y él era mozo de un español del que no sabe cómo llegó a estos parajes pero que le enseñó su segunda lengua. “Jé jeu jëin” fue el nombre del principio “Así nos llamamos, después fuimos Usila, según me decía mi abuelo fue en honor a una alcaldesa que se apellidaba Usilá fue la que 1711 le cedió a Tuxtepec la capital de la región y la autorización para hacerlo la villa principal, nosotros estábamos muy lejos de todo”. Aunque existen versiones oficiales que dice viene del Nahuatl, Huitzila, que significa colibríes.
Don Felipe nos cuenta del lenguaje de los silbidos común en está tierra “cada persona tiene su nombre y lo silva, se comunica con otro, inventa su propio lenguaje, guarda su secretos y lo divulga mediante el ruido”. Don Felipe en su voz cansada nos revela las historias de su pueblo, como dejó cuando niño el calzón y la camisa de manta porque eran más cómodos los pantalones y mientras nosotros descubrimos que el nombre de “ morada de colibríes” como también se le conoce a Usila, tal vez no sólo sea por la mitología de la abundancia de estas aves, sino quizá también tenga que ver con el sonido en la voz de sus pobladores. “Nuestro pueblo viene de Santiago Tlatepusco, se mudaron de allá los viejos para acá” señala y comenta “ la presa de Cerro de Oro nos ayudo mucho, porque eran buenos terrenos pero la humedad y el exceso de agua destruían los cultivos y hubo mucha precariedad de maíz.
Cuando era niño íbamos a Tuxtepec en balsas, era más rápido que por tierra, el regreso era lo difícil teníamos que venirnos en bestias, los padrecitos venían hasta aquí pero había que darles su dinerito”.
Don Felipe recuerda 1976 sobre el tiempo de las lluvias, donde el caudal del río sólo podía escaparse en jonotes. Asiente y llama a la una anciana que no habla español y necesita traductores para explicarnos que el huipil representa el corazón de Usila. Las flores podridas, la flor de hierbabuena, la flor de la abundancia. Sobre los telares cada Huipil representa la historia oral de cada familia venida de un origen mítico, un lugar de entre los ríos y las cuevas, el Huipil con sus grecas y listones y sus colores vivos habla de cómo la mujer envejece, como es señorita, niña, madre, flores simbolizadas con la tierra.
La anciana ríe y habla chinanteco mientras acaricia la tela típica que lleva hasta 6 meses hacerla y llega a costar en el mercado hasta 10 mil pesos. Pero ella nos habla de algo más que la industria, nos habla desde la voz del traductor de un telar de correas, de días enteros frente al río, de las fiestas de enero en honor al Dulce nombre de Jesús de una religión que no entiende, entonces el traductor habla del huipil, en agua o cotin y de un tápalo o lienzo de diversos usos, entonces la señora se aleja y parece que llovizna y los cerros que nos rodean son como un manto que cubre todo cuanto vemos.
El caldo de piedra
El día que se come caldo de piedra, que es comida de ceremonias, es el día que la mujer descansa. Los varones salen de madrugada al río para pescar los camarones y la trucha. Después preparan la lumbre y colocan las piedras bajo los leños. “De noche las piedras echan chispas, pero de día prefieren quedarse en silencio”, Cuando el caldo deja de hervir a borbotones, Don Felipe le saca la piedra y personalmente lleva la jícara a la mesa. “la comida se deja en su lugar como un altar, el río nos alimenta, es comida sagrada.
Los chinantecos fue un pueblo mítico que habito la zona. Eran pescadores: convivieron con el río desde su nacimiento. “Pueblo agrio” asegura Ángel Escobar, habitante del lugar viene del Pozol que es una bebida de maíz acompañada de cacao fermentada que tiene un sabor particular, “ por ser una tierra donde abunda la semilla , es por eso que en la antigüedad se le conoció entre los pueblos originarios como jé jeu jëin” .
“Aquí aprendimos a comer caldo de piedra y el que viene a Usila y se va sin probarlo es como si no hubiera venido” comenta. Mientras pobladores preparan piedras blancas y las echan al fuego, piedras lizas ardiendo. “ El caldo de piedra se prepara en la orilla del río, sobre todo en la época de calor y reúne familias enteras” Se entierran las jícaras en la arena, con una rama de árbol con la punta cortada, toman las piedras al rojo vivo y las depositan en las jícaras hasta que se cuece el caldo crudo con todos los ingredientes, repiten el procedimiento hasta que el pescado queda cocido y las piedras quedan inservibles sin el polvo y la vida.
Comenta Don Felipe que cocinar el caldo de piedra es cosa de hombres, no hay mujer que sepa prepararlo. Según la costumbre, el día que se come caldo de piedra, que es comida de ceremonias, es el día que la mujer descansa. Los varones salen de madrugada al río para pescar los camarones y la trucha. Después preparan la lumbre y colocan las piedras bajo los leños. “De noche las piedras echan chispas, pero de día prefieren quedarse en silencio”, comenta Remigio mientras coloca una de las piedras en una jícara de semilla a la que ya antes le puso jitomate picado, chile verde, agua, hierba santa y los camarones o el pescado crudo. En menos de cinco minutos todo está cocido. Cuando el caldo deja de hervir a borbotones, Don Felipe le saca la piedra y personalmente lleva la jícara a la mesa. “la comida se deja en su lugar como un altar, el río nos alimenta, es comida sagrada”.