Es una soledad que tiene que ver con los grupos políticos que desde antes de llegar intentan secuestrar el gobierno municipal. Un pastel saqueado.
Antonio Mundaca
El presidente electo empieza a quedarse solo. Toma cursos para ejercer el gobierno de una manera eficaz. Reactiva gestiones. Toca puertas con diputados. Se reúne con asesores para levantar una ciudad destruida. Tiene dos años. Un año realmente. También hace campaña. Se equivoca en la elección de quienes ocuparán direcciones sin presupuesto. Va con la intención de hacer una carrera política. Se revuelve en discusiones con ingenuos, con incautos, con cabrones y viejos lobos que nunca imaginaron vivir del erario, vivales de un proyecto que con retrasos cuaja. Pero el presidente está solo. No es una soledad que tiene que ver con la falta del deseo. O la falta de la voluntad. Es una soledad que tiene que ver con los grupos políticos que desde antes de llegar intentan secuestrar el gobierno municipal. Un pastel saqueado.
El Presidente electo camina con los suyos. Con sus leales. A cuatro meses de iniciar el gobierno está en el umbral: hacer un gobierno del pueblo o un gobierno capturado por la Unión General Obrera y Campesina y Popular (UGOCP) con pesos monstruosos en las dos Sindicaturas. Hacer un gobierno del pueblo con obras eficaces que sean el comienzo de una ciudad de tuxtepecanos dignos o volver infinitamente a esos “grupúsculos” cavernícolas que han dejado una Paz y Progreso de petate, y un renacimiento protagonizado por vivales. El presidente está solo. Ojalá. Porque es mejor solo que mal acompañado.